Las hermanas Brontë y sus perros
septiembre, 2021 - Mª Antonia de Miquel
Retrato de las hermanas Brontë (de izquierda a derecha, Anne, Emily y Charlotte) realizado por su hermano Patrick Branwell.

«Es viernes por la noche, son casi las nueve, llueve con furia y estoy sentada sola en el comedor, después de haber ordenado nuestros escritorios, escribiendo este documento. Papá está en el salón. La tía, arriba en su cuarto. Victoria y Adelaida se han refugiado en el corral, Keeper está en la cocina y Hero en su jaula. Todos estamos fuertes y gozamos de buena salud.»  Así se expresaba la joven Emily Brontë el 30 de julio de 1841, haciendo balance del año.

Los Brontë son un caso muy especial de familia literaria. De los cuatro hermanos que superaron la infancia (dos hermanas fallecieron de niñas), tres —Charlotte, Emily y Anne— fueron escritoras, autoras destacadas de la literatura inglesa del siglo XIX. El único varón, Branwell, en quien todos tenían puestas grandes esperanzas, fracasó en sus intentos de triunfar en las artes y tuvo un final trágico.

Grandes amantes de los animales, las hermanas Brontë, a lo largo de sus breves vidas, compartieron la rectoría de Haworth, en el condado inglés de West Yorkshire, con un buen número de ellos y siempre los consideraron parte de la familia. Keeper era el perro de Emily; Victoria y Adelaida, un par de ocas, mientras que Hero (o Nero, según otras fuentes) era un halcón amaestrado. En los diarios de Anne y Emily se mencionan también otras aves, como el canario Dick o un faisán llamado Jasper.

La rectoría de Haworth, hogar de las hermanas Brontë, en los páramos
de Yorkshire.

Aficionadas a dar largos paseos por los páramos que rodeaban la localidad, las hermanas Brontë solían recoger aquellos animales que encontraban perdidos o heridos. Pero los perros eran, sin duda, sus favoritos. A Keeper le había precedido Grasper, un terrier irlandés que el padre, Patrick Brontë, adquirió cuando sus hijos eran aún niños.

Grasper, dibujado por Emily en enero de 1834.

Si hemos de dar crédito a la descripción que Charlotte Brontë hace del perro de la protagonista en su novela Shirley —claramente inspirado en Keeper—, se trataba de un animal formidable, una mezcla de mastín y bulldog. Capaz de rugir «como un león», podía ser amenazador con los desconocidos y fiero para con otros perros. Emily, sin embargo, no temía hacerle frente. En una ocasión, Keeper se enzarzó en una pelea con otro perro grande del pueblo, atrayendo un corrillo de mirones. Solo Emily se atrevió a intervenir, agarrando a Keeper por el cuello y echando pimienta negra en el morro de ambas bestias.

Las hermanas Brontë vivieron siempre rodeadas de animales.

Asimismo, cuando Tabby, la anciana sirvienta de la rectoría, se quejó de que una vez más Keeper se había echado sobre la blanca colcha de una de las camas, Emily lo agarró con firmeza, a pesar de los gruñidos del perro, lo arrastró escaleras abajo y comenzó a darle puñetazos hasta dejarle los ojos rojos e hinchados. A continuación, procedió a curarle con gran solicitud. El mastín se convirtió en compañero inseparable de Emily y los que frecuentaban la rectoría recuerdan que era habitual verlos a ambos acurrucados junto al hogar, mientras ella leía un libro y le rodeaba el cuello con el brazo.

Dibujo de Keeper, obra de Emily, coloreado posteriormente.

Los perros, personajes de sus novelas

El amor que las hermanas sentían por estos animales se refleja en sus obras. La primera vez que aparece Pilot, el fiel perro del señor Rochester en Jane Eyre, se presenta bajo un aspecto inquietante. Por un instante, Jane creerá estar en presencia de un espíritu maligno. Sin embargo, el mismo animal será quien la reciba afectuosamente cuando ésta regresa junto a un Rochester enfermo y ciego. En el caso de Anne Brontë, el comportamiento hacia los animales sirve a la protagonista de la novela Agnes Grey como baremo para juzgar a otros personajes; quien es cruel con ellos demuestra ser una mala persona. Agnes se encariña con Snap, el pequeño terrier de la casa donde trabaja como institutriz, y se entristece cuando los dueños se deshacen del perro. Tiempo después, cuando pasea por la playa, un alborozado animal sale a su encuentro: se trata de Snap, que ha sido recogido por el señor Weston, el pretendiente de Agnes, que demuestra así su buen corazón. Emily va aún más allá en su aprecio por los animales, puesto que considera que tienen un estatus igual al de las personas. Los perros de la granja llamada Cumbres borrascosas —que da título a la novela— son tan fieros y poco hospitalarios como los habitantes de aquel sombrío lugar, y les atribuye una genealogía tan detallada como la de sus amos.

A partir de 1843, la rectoría de Haworth adquirió otro inquilino, la perra Flossy, una spaniel blanca y negra que Anne había recibido como regalo de sus pupilas cuando dejó el empleo de institutriz. Flossy era vivaracha y alegre, aunque tenía la manía de perseguir ovejas, lo que causó algún que otro incidente durante los habituales paseos de Anne y sus hermanas por el campo.

Flossy, el perro de Anne, persiguiendo un pájaro.

La enfermedad se abate sobre Haworth

En septiembre de 1848 fallecería Branwell, el único varón de la familia, víctima de sus excesos y, posiblemente, también de la tuberculosis que acabaría con sus hermanas. La enfermedad se cebó a continuación con Emily, quien fue debilitándose progresivamente ante la consternación de su familia, al tiempo que se negaba a recibir tratamiento alguno. Casi lo último que hizo, la tarde anterior a su muerte, fue dar de comer a los perros, como hacía siempre. Al salir del calor de la cocina, el aire frío del húmedo pasillo pavimentado de piedra la hizo tambalearse y caer junto a la pared. Rehusando cualquier ayuda, se enderezó y, estoica como siempre, siguió adelante con su cometido.

A lo largo de 1846, las tres hermanas se recluyeron en el hogar y se repartieron las tareas domésticas para poder escribir. Charlotte escribió Jane Eyre; Emily, Cumbres Borrascosas, y Anne, Agnes Grey.

Poco después, Anne comenzó también a dar muestras de sufrir la misma enfermedad que su hermana. A pesar de los cuidados que le prodigaron, empeoró rápidamente. A finales de mayo de 1849, Charlotte accedió a acompañarla unos días a Scarborough, en un vano intento de que la brisa marina le devolviese la salud.  Sin embargo, fallecería a los pocos días. Tenía 29 años.

Tras enterrarla en aquel mismo lugar, Charlotte regresó sola al hogar familiar, que ahora, sin sus hermanas, parecía desolado. Así lo relata: «Aquí está papá, así como dos criadas no cabe más afectuosas y fieles, y dos viejos perros, a su manera tan fieles y afectuosos como ellas: el perro de Emily, que permaneció junto a su lecho de muerte, y acompañó su cortejo funerario hasta la cripta, echado a nuestros pies en el banco durante el servicio fúnebre; y el pequeño spaniel de Anne. El éxtasis de estos pobres animales a mi llegada fue algo increíble. Siempre me reciben calurosamente cuando vuelvo tras breves ausencias, pero no de este modo extraño y conmovedor. Estoy segura de que pensaron que, si yo había regresado, mis hermanas no debían de andar muy lejos. Pero mis hermanas ya no volverán nunca aquí.»

Tras el entierro de Emily, Keeper se había tumbado frente a la puerta de Emily, aullando durante horas. Hasta su muerte, tres años después de su dueña, seguiría visitando diariamente la habitación de esta, confiando en su regreso. «El pobre viejo Keeper murió el pasado lunes, tras estar enfermo solo una noche. Se quedó tranquilamente dormido. Su anciana y fiel cabeza reposa en nuestro jardín. Flossy está abatida y le echa de menos», cuenta Charlotte.

Flossy, dibujada por Anne. (Cortesía de la Brontë Society)

A pesar de haber perdido a su compañero, Flossy fue el consuelo de los supervivientes unos años más. Durante una de las ausencias de Charlotte —que, convertida ya en autora famosa, debía viajar a menudo—, Patrick le escribe fingiendo que es la perra quien lo hace: «Flossy a su muy respetada y amada ama, la señorita Brontë». La insólita corresponsal se queja de que, como está mayor, ya no disfruta persiguiendo ovejas, gatos y pájaros, ni puede roer huesos, como solía. De hecho, moriría poco antes que la propia Charlotte, que con ella enterró el último recuerdo vivo de sus hermanas.

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