Cuando Yeray López Portillo se embarcó en la aventura de hacer un documental sobre la situación de los galgos nunca imaginó que pasaría cuatro años sumergido en la España profunda, que conocería de cerca la cara más cruel del maltrato animal, que, incluso en ese ambiente feroz, encontraría amigos y maestros, y que su reclamo por la defensa del galgo español acabaría llegando al Parlamento Europeo.
Yo Galgo (https://www.moonleaks.org/yo-galgo) ha sido traducido a trece idiomas, se proyectó en las salas de cine de toda España, tuvo un gran impacto en Europa y fue visto en 47 países del mundo. En los Génesis Awards de 2018, fue premiada como «Película Documental Internacional Destacada» por The Humane Society y nominada en los premios Hollywood Music in Media Awards en la categoría «Mejor Canción Original-Documental».
«Yo Galgo arroja luz sobre las prácticas crueles e inhumanas de los cazadores de hoy en día que han reducido una raza de perro entera a un producto de corta duración».
Han pasado tres años desde su estreno y por desgracia el documental sigue vigente. Más aún cuando se acerca el fin de la temporada de caza y aumenta de manera dramática el número de galgos abandonados, torturados y asesinados por quienes ven en ellos una simple herramienta en las jornadas de caza.
Desde Dinamarca, donde vive, este diseñador gráfico, fotógrafo, viajero y documentalista, ha hablado para Togetherdogs sobre la relación de España con los galgos y otros animales y la violencia que se genera en torno a ellos.
¿Cómo llegan los galgos a tu vida?
Siempre estuvieron ahí. Desde pequeño he visto galgos en las ciudades donde he vivido, pero en mi infancia había pocos, muy asustados y traumatizados. Era un perro que me gustaba mucho por su belleza, pero al que no se podía acceder porque sólo lo tenían los cazadores y, los pocos galgos que veías, tenían un aura de miedo y misterio.
«El galgo siempre ha sido una especie de personaje mitológico para mí».
¿En qué momento aparece Bacalao, tu galga?
Vivía ya en Dinamarca, y, cuando vives en un lugar donde el sol sale dos horas en invierno, es fácil deprimirse. Y me deprimí. Después de intentar varias terapias, mi mujer me recomendó que probara con un perro, porque te obliga a salir y te acompaña, así que me hice con el que me gustaba desde siempre, un galgo.
¿Cuándo pasas de tener un galgo a querer hacer un documental sobre galgos?
A través del galgo encontré una historia. Al principio quería hacer una serie para niños en la que Bacalao, que era la única hembra de su camada, volvía a España para buscar a sus hermanos y saber qué había pasado con ellos. Y empecé a pensar en una serie llena de imaginación y surrealismo, pero me di cuenta de que esto no era para niños y que requería otro tipo de formato. Así fue cómo me atreví a hacer un largometraje.
Se puede decir que los galgos te han cambiado la vida.
Los galgos me han dado mucho. Llegaron por salud mental, pero luego me han dado también la comunidad que hemos creado a partir del documental y que, quizás, ha sido lo que me ha salvado, porque la creatividad siempre ayuda. Encontré al perro que me brindó una historia que no conocía sobre mi país y a un montón de gente que necesitaba unirse en pos de esta causa.
«El galgo me ha enseñado mucho sobre mí, sobre mi país y sobre cómo vive, se divierte y se relaciona con su gente».
También has visto una cara muy dolorosa de España.
Sí. El mundo del galgo está lleno de sufrimiento, no sólo de los animales sino también de muchas personas, como los voluntarios que rescatan animales o las mujeres de los pueblos que recogen galgos y son excluidas de la comunidad por ello.
He estado cuatro años recorriendo esta España y tratando de entender por qué funcionamos así. He hablado con mucha gente. Yo no quería juzgar, no iba con la idea de «si tú matas un perro eres malo». No. Yo quería saber ¿por qué lo matas?, ¿cómo lo matas?, ¿cuánto tiempo llevas haciendo esto?, ¿quién te ha enseñado?, ¿lo hizo también tu padre o tu abuelo? Y he descubierto que no todos son malas personas.
Cuesta creerlo…
Bueno, he pasado muchas horas con ellos y he comprobado que esto tiene que ver con el territorio. Incluso he hecho amigos galgueros y he aprendido de ellos. Por mencionar uno, el arquetipo del maestro, del anciano que figura en la película, es un hombre que me enseñó mucho. Los galgos me han llevado a entender lo que significa ser producto de tu pueblo, de tu entorno. Y me ha llevado a preguntarme: ¿Qué habría sido de mí si yo hubiera nacido en ese pueblo?
Por supuesto, es muy duro rescatar perros, desenterrarlos, ver cómo los tratan de forma inhumana. Pero también es duro ver que mi sociedad es incapaz de dar respuesta a ese problema, a ese gran dolor.
¿Te refieres a la parte institucional, legislación, sanciones?
Sí. El dolor está ahí y nosotros como individuos lo podemos tratar según nuestros valores. A mí me importa poco lo que digan las leyes de protección animal, porque si yo creo que está mal abusar de un animal, si mis valores son los que son, obviamente no lo haré. Pero duele constatar que la normativa no asiste y no calma este dolor.
Hay un nivel de sufrimiento muy grande en el mundo animal en España y nuestras instituciones parece que no lo ven. Los galgos sufren toda clase de maltratos, son uno de los animales de los que más se abusa. Pero también el toro, la vaca, el caballo…, ser animal en España no es fácil y si tú creces habituado a pegar a un perro, a colgarlo o a quemarlo, si creces en medio de ese nivel de violencia, la naturalizas y acabas transfiriéndola a otra gente y aplicándola a otros animales.
Mencionabas antes el caso de las mujeres que son apartadas de su comunidad por rescatar animales.
Hay una relación directa entre el abuso que los hombres cometen contra sus animales y la violencia doméstica. Existen estudios sobre ello. En historias de este tipo te das cuenta de que no hay blancos y negros, sino muchos grises. Sin embargo, el mundo del galgo está muy polarizado. Hay más hombres en un lado —en el de los cazadores— y muchas más mujeres en el de los rescatadores. Existe un conflicto también de género y hay mucha violencia contra ellas, insultos, y presión por parte del pueblo, por el qué dirán tus amigos. Puede decirse que este es un colectivo que se une al dolor que causa tu amigo cazador y que tú callas. Esa complicidad y ese silencio hacen mucho daño a los pueblos.
«Hay una relación directa entre el abuso que los hombres cometen contra sus animales y la violencia doméstica».
O sea que en el mundo del galgo la violencia no se limita a los galgos.
En el documental Yo galgo hablamos de la violencia contra el galgo, pero también de otras violencias y de otros animales. Es más fácil emocionarse con un perro que con una gallina. Es más fácil villanizar a quien maltrata a un perro, mientras nos distanciamos de una industria como la cárnica que produce mucho sufrimiento, y sin embargo la gente sigue comiendo carne y haciendo un montón de cosas que parece que son más asépticas pero que son igualmente violentas. Yo quería hablar de todo eso. Por eso uno de mis personajes da de comer a sus perros los corazones de los animales que sacrifica durante el día, porque mis personajes son gente real, y de alguna manera también son arquetipos.
«Para mí, uno de los retos ha sido que la gente quisiera ver esta historia tan dura, para que circulara y tuviera efecto».
De todas las prácticas terribles que hay en ese entorno ¿cuál es la que más te ha impactado?
La cría desmesurada porque hace perder valor a los animales. Cuando tú tienes 50 perros y tus hembras paren hasta 14 perros en cada camada, lo que vale cada perro es muy poco. Muchos cachorros de galgo machos mueren a los pocos días de haber nacido porque son las hembras las que crían y las que corren más rápido, entonces se deshacen de los machos como si no valieran nada. Ese desapego me sorprendió. Como los galgos crían tanto —son como conejos— acabas con 40 perros en un año, yo he visto hombres hasta con 200 perros.
Eso es una barbaridad. Es insostenible.
Sí. Y ojalá más cazadores se atrevieran a decir lo que sucede, porque a lo mejor la caza se podría gestionar de otra forma. Si tú tienes un número de perros a los que les pones el microchip, eres responsable de ellos, haces un número controlado de crías al año, tienes un tipo de licencia y sabes lo que haces, la caza se podría gestionar quizás de una forma más transparente. Es lo mismo que ocurre en las granjas de cerdos y mataderos: es mejor que no se sepa lo que sucede detrás de esas paredes para que nadie lo controle. Nosotros nos hemos encontrado fosas comunes a las que, durante años, acudían los cazadores para matar a los perros que ya no querían y arrojarlos allí. Cuando uno de ellos se reúne con sus amigos para enterrar 20 perros, los une el dolor de esos animales, pero también el silencio frente a estas prácticas. Ojalá más gente hablara.
También mueren muchos galgos jóvenes.
Es otra práctica terrible. Se deshacen de perros muy jóvenes porque han aprendido a cazar y a capturar la liebre acortando en las curvas. El perro es listo, aprende trucos y por ello pierde puntos en la competición, entonces se le deshecha con apenas dos años de vida. Hay que dejar claro que esto es una competición. No cazan para comer, como en la España de Franco que cazaban para llevarse la liebre al puchero. Hoy se caza por «deporte». Y lo de considerarlo deporte es otra discusión aparte.
A los galgos que aprenden trucos para atrapar la liebre los consideran «galgos sucios».
Es que lo que más puntúa no es la muerte, sino cómo tu perro va detrás de la liebre. Si no recorta en las curvas, si adelanta al otro perro, va sumando puntos. Pero si el perro es listo y ha cazado ya 20 liebres, sabrá cuándo la liebre dará una curva y cómo atraparla antes, entonces el dueño va perdiendo puntos. A ese perro se le considera un «galgo sucio», nadie lo quiere y, como todos los galgos acaban aprendiendo, llega un momento en que, aunque corran, estén sanos y cojan la liebre, no valen para competir y se les deshecha sin más.
¿Por qué crees que ha prosperado y se ha mantenido la caza con galgo en España?
Por la orografía, porque España es más plana. En el norte no se corre con galgos porque hay montañas. Pero en la estepa española está la liebre, aunque ahora la liebre ibérica también está desapareciendo por la mixomatosis, el exceso de caza, los cultivos y los pesticidas. Se van a quedar sin «deporte» porque no va a haber liebres.
Por otra parte, durante 40 años tuvimos un dictador que era cazador y que reorganizó España para que más del 85 por ciento del territorio fuera «cazable». Los negocios se hacían durante las jornadas de caza. Tradicionalmente la monarquía también ha formado parte de esto. En Sevilla, por ejemplo, se compraban cacerías privadas para hacer negocios con los empresarios españoles. Hay mucha gente importante que está en la caza, no por la caza misma sino por las relaciones. Si no eres cazador no participas de estos círculos que te van a dar oportunidades.
Además de relaciones sociales y comerciales ¿se mueve mucho dinero en la caza con galgo?
No es tanto el dinero que dé. Date cuenta de que la caza con galgo es caza menor y está tan protegida porque si los cazadores pierden la caza con galgo, ¿qué pasaría entonces con la caza mayor?
Así que es más una cuestión simbólica que de ganar dinero. Aunque por supuesto, deja dinero. También hay mercado negro. ¿Premios? Pocos. ¿Se venden galgos? Bueno… sobre todo, se roban muchos galgos, que es otra de las prácticas usuales. Pero el dinero realmente está en la gestión de cotos de caza, en el cuidado de las tierras y en la caza mayor.
Las organizaciones defensoras de galgos, podencos y otras razas empleadas en la cacería denuncian que no se castiga, precisamente porque hay intereses económicos y gente poderosa detrás.
Aunque las penas son leves, la legislación existe, lo que pasa es que no se cumple. Es muy difícil presentarse como acusación particular. Raramente encuentras un perro con microchip, y es muy costoso llevar los casos ante un juez.
Hay organizaciones que cuentan con abogados voluntarios, que cobran muy por debajo de su sueldo, para ayudarles. También hay iniciativas de unir asociaciones para luchar contra esto, pero requiere mucho tiempo y dinero. En cuanto al poder y la gente importante, párate a pensar un instante: ¿quién tiene el suelo en este país?
Además, en muchos lugares las mismas autoridades provienen de familias tradicionalmente cazadoras…
En muchos casos, el alcalde de un pueblo es cazador. Algunos miembros de la Guardia Civil —institución que debe perseguir estos delitos—, son cazadores. Nosotros nos hemos encontrado con casos (puedes verlos en nuestro Instagram @Yogalgo) de perros muertos y fosas comunes, y los alcaldes querían callarnos. Hay casos recientes de galgos maltratados que, sin las redes sociales, jamás saldrían a la luz. Si no es por la presión de las redes sociales, tan útiles para estas cosas, nunca habríamos sacado los perros de esas fosas comunes. En ese sentido las redes sociales son de gran ayuda, al menos pueden generar ese sentimiento de vergüenza ajena de que algo así ocurra en mi pueblo.
Después de Yo Galgo, ¿cómo sigue tu lucha contra el maltrato a los galgos?
Nosotros creemos que las historias pueden llegar muy lejos y la creatividad es una herramienta de cambio, por eso queremos seguir haciendo películas que ayuden a los animales porque, para mí, el reto está en conectar a la gente que quiere a los perros con otros animales. ¿Por qué no vamos a extender el amor que sentimos por nuestros perros hacia otros animales? Podemos pensar, si mi perro tiene personalidad, ¿no la va a tener un cerdo que puede ser como un niño de tres años?
Desde la plataforma Moonleaks.org nuestro esfuerzo está concentrado en ayudar a gente a producir películas, a hacer artículos de investigación en torno a la protección de los animales y a reunir fondos para seguir contando historias —en cualquier formato, podcast, fotografías, documentales— que tengan un impacto que inspiren y nos ayuden a cambiar.
Entre las iniciativas que has anunciado en Moonleaks.org está la de crear una marca de ropa sostenible.
Sí, queremos hacer ropa sostenible para podencos, galgos, greyhounds y whippets, y parte de los beneficios se destinarán a apoyar proyectos. Cada vez elegiremos un refugio y les proporcionaremos ropa para abrigar a sus perros mientras esperan ser adoptados y, además, crearemos un fondo para seguir haciendo películas y contando historias.
Actualmente hay una especie de activismo de sofá que se conforma con clicar «me gusta» a las iniciativas de otros, pero eso no paga los proyectos.
En Moonleaks.org tenemos 1.600 suscriptores, pero solo 50 de ellos pagan, y obviamente necesitamos más que los «me gusta» en Facebook. Debemos convertir nuestra emoción digital en una acción real, de lo contrario no llegaremos a ningún lado.
Yo galgo: https://www.moonleaks.org/yo-galgo
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