Se dice que la oxitocina es la «hormona del amor», y ésta juega un papel fundamental en la relación que mantenemos con nuestros animales domésticos. La mayoría de la gente que comparte su vida con un perro sabe que se crea un vínculo muy especial con el animal, pues aparte de dedicarle tiempo, atención y cuidados, la relación va mucho más allá, trasciende y se vuelve imprescindible e incluso incondicional. Cuantas personas conocemos que tienen perro y cuando éste les falta sienten una pena tan profunda que los sume completamente en una gran tristeza, y han tenido que oír incluso por alguien querido: «Bueno, hombre, no te pongas así, total solo es un perro». Sin duda, quien no ha tenido perro, no tiene ni idea de lo que se siente, desconoce el lugar que puede ocupar el animal en su vida y no sabe el disgusto que puede ocasionar su pérdida. Hay que tener o haber tenido perro para saber esas cosas.
Ya lo dijo la escritora Caroline Knapp, que si no se ha tenido un perro no se puede imaginar cómo es vivir con uno, pero después de haberlo tenido uno no puede imaginar la vida sin él.
El hombre es un ser sociable y comunicativo y tiene necesidad de querer y ser querido; al perro también le sucede lo mismo. Por esa razón, el vínculo entre el hombre y el perro está, desde el principio, condenado a ser un éxito, con la salvedad de la gente malnacida y de los maltratadores que causan sufrimiento a los animales. Sin duda, el amor que siente el perro hacia su amo es incondicional y está más que demostrado, eso ya lo sabemos, pero ¿y al revés?
Es cierto que convivir con un perro puede cambiar tu vida, no nos referimos a la dependencia que puede crearnos por los cuidados diarios que necesita, sino por lo que es capaz de enriquecernos la vida, de enriquecerla hasta tal punto que esos cuidados diarios pasan de inmediato a un segundo plano.
El vínculo que se establece entre el perro y el ser humano ennoblece a este último, de eso no nos cabe duda. El perro saca lo mejor del ser humano, lo humaniza y lo empatiza con lo ajeno. Y, además, nunca lo juzga, ni lo aprueba o condena por lo que hace. Lo quiere y ya está. Ya lo dijo otra escritora, Gertrude Stein, con mucha lucidez: «Yo soy porque mi perro me conoce». El amor entre perros y personas debería ser obligatorio. Si el hombre aprendiera más de los animales, el mundo sería mejor de lo que es.
Suscríbete a nuestra newsletter, es gratuita.