Oriol Ribas es biólogo y un experto en conducta canina, lo que hoy en día se conoce como etólogo. Vive a las afueras de Barcelona, en plena naturaleza. Cuando no da clases a estudiantes de auxiliar veterinario, enseña a las personas a comprender a sus perros y viceversa, un requisito indispensable para una buena convivencia entre ambos. Por su amplia experiencia y conocimiento canino resulta realmente un placer poder charlar aquí con él.
Oriol, supongo que de niño debían gustarte los animales, pero ¿cuándo pasan de gustarte a interesarte por ellos?, ¿y cuándo profesionalizas este interés?
Todo sucedió de una forma progresiva. Desde pequeño ya sentía una fuerte atracción por los animales y, poco a poco, fui profundizando en ellos. Recuerdo mis primeras lecturas cuando cursaba BUP, especialmente los libros de Konrad Lorenz y de Desmond Morris, que me fascinaron. Más tarde, quizá cuando ya estaba estudiando ciencias biológicas, leí El gen egoísta de Richard Dawinks, un libro que me impactó considerablemente; también disfruté mucho con los deliciosos libros de Frans De Waal. Una vez terminada la carrera me centré en el perro.
Trabajar con animales es más vocacional que otra cosa. Y, si me apuras, más que eso: una manera de estar el mundo. ¿Qué te enseñan?
Si mal no recuerdo, Santiago Ramón y Cajal decía que la biología le había permitido saciar sus inquietudes intelectuales y, a la vez, sus inquietudes estéticas. En mi caso, que estudio, convivo y me comunico con perros —esos seres que no sufren las angustias existenciales propias de los humanos— añadiría que la biología también me ha proporcionado un bienestar emocional. La experiencia de comunicarte con otra especie es algo muy enriquecedor.
«La biología me ha proporcionado un bienestar emocional».
Trabajar con perros me ha enseñado lo mucho que tenemos en común. No es ninguna sorpresa, ya que el grupo de los primates, del cual formamos parte, y el de los carnívoros, del cual forma parte el perro, divergieron hace solamente unos 100 millones de años. Desde el punto de vista evolutivo es poco tiempo si tenemos en cuenta que los primeros seres vivos se originaron hace 3.800 millones de años. Esto significa que hemos estado compartiendo ancestros el 97% del tiempo desde que surgió el primer ser vivo del cual todos descendemos. El hecho de estudiar las interacciones de los hombres con el resto de animales —algunos son amados, otros comidos y otros odiados— también me ayuda a entender mejor la naturaleza humana. Somos familia.
«La experiencia de comunicarte con otra especie es algo muy enriquecedor».
Cuéntame en qué consiste actualmente tu trabajo
Consiste principalmente en lograr que la convivencia entre ambas especies, es decir entre perros y humanos, sea lo más agradable posible. Además, imparto clases de etología a estudiantes de auxiliar veterinario y a estudiantes que quieren ser técnicos de terapias asistidas con canes.
Háblame de los perros. Cuál fue tu primer perro y cuál el trayecto que has recorrido hasta convertirte en un experto en comportamiento canino.
Los primeros perros de mi vida no fueron míos, sino de mis primos que veraneaban al lado de nosotros. Esas primeras experiencias, sin duda, dejaron huella. Recuerdo que me levantaba muy temprano y que en compañía de un setter y tres o cuatro pachones navarros hacía mis expediciones por el monte del Maresme. Estoy seguro de que si no hubiese estado tan bien acompañado, el radio de acción de estas primeras exploraciones naturalistas hubiese sido mucho más corto. Cuando ya fui mayor tuve a Branca, una cocker, que era todo bondad, y ahora vivo con Uma, una vizsla, que ya tiene 10 años.
En mi opinión, una de las experiencias más enriquecedoras de tener perro es el vínculo que puedes establecer con él. Y, sin embargo, cuán poco veo yo ese vínculo. Hablo de un vínculo más profundo y menos evidente que el de pasearlo y darle de comer, un vínculo que es fruto de la observación y del contacto diario, de un estar juntos, en el que las emociones juegan un papel importantísimo en tanto que contribuyen a formar un lenguaje común. No sé si estoy en lo cierto.
Actualmente, tener un perro es un fenómeno que va en aumento, y la publicidad se encarga de venderlo como un requisito más para alcanzar cierto ideal de felicidad. Esto conlleva que algunas personas lo adquieran como si fuera un producto más, con un desconocimiento absoluto de lo que supone tener un perro, lo cual contribuye a que no se llegue a crear ese «vínculo» que tú comentas.
«Hay personas que adquieren un perro como si fuera un producto más».
De todos modos, dicho vínculo existe y yo lo percibo a diario. Una de las condiciones principales para que éste se dé es el aspecto del cachorro, que provoca lo que los etólogos denominan la «cute response», la capacidad de enternecernos ante un ser que presenta los rasgos físicos propios de la cría de un mamífero. Otra condición es el placer que experimentamos al acariciar un ser peludo. Si añadimos, además, nuestra propensión a cuidar otros seres y nuestra capacidad de «humanizar», esta suma de factores fomenta la creación de fuertes lazos afectivos.
He sido testimonio de relaciones extraordinariamente fuertes. Recuerdo perfectamente el caso de una familia que me contó que su abuelo determinó que sus cenizas fuesen mezcladas con las de su perro. Este hombre no quiso que fuesen las de su mujer, ni las de sus hijos, ni las de sus padres o las de sus hermanos. ¡Quiso que fueran las de su perro!
Esta anécdota es realmente reveladora y no puedo evitar relacionarla con un descubrimiento arqueológico en el cual se encontró a un individuo de 12.000 años de antigüedad que apareció enterrado junto a un cachorro. Es probable que ambos hombres, que vivieron en periodos tan alejados en el tiempo, experimentasen el mismo tipo de vínculo con el perro.
Y eso nada tiene que ver con humanizar al perro sino, al contrario, en fomentar su naturaleza y, a la vez, también la nuestra, pero no en tanto que humano y animal, sino en tanto que dos seres vivos que han encontrado su propia manera de comunicarse. Y ahora que tanto se tiende a humanizar al perro, sobre todo en las ciudades, cuando veo a alguien que tiene ese tipo de vínculo con el suyo me parece extraordinario.
Los humanos tenemos una gran tendencia a humanizar. Se han hecho experimentos con figuras geométricas que se mueven y se ha podido constatar que las personas tendemos a atribuirles motivaciones. El hecho de antropomorfizar al perro deriva, en primera instancia, de la ventaja evolutiva que suponía saber cuáles eran las intenciones de otros humanos. Más adelante, dicha capacidad fue muy útil para nuestros ancestros cazadores y recolectores, ya que predecir cómo se comportaría determinado animal facilitaba la caza. Y, por último, el hecho de ser capaces de meternos en la mente de otro ser vivo fue crucial para la domesticación del perro y demás animales.
«Los humanos tenemos una gran tendencia a humanizar»
Esta tendencia tan arraigada de antropomorfizar facilita que consideremos al perro como uno más de la familia y, por lo tanto, le pongamos un nombre. Sin embargo, eso tiene sus limitaciones y, en ciertos casos, se cometen los errores que comentas: les atribuimos una inteligencia similar a la nuestra, pensamos que pueden comunicarse de la misma forma en que lo hacemos nosotros y les atribuimos emociones complejas, como orgullo, venganza, vergüenza, etc…
Tú llevas muchos años dedicándote al aprendizaje canino, pero en realidad a quien enseñas es a los dueños, ¿no?
Actualmente hay personas que no aceptan el término «dueño» y prefieren emplear el de «cuidador» o «padre adoptivo». Es cierto que de la palabra «dueño», que todo el mundo entiende perfectamente, se desprende que el perro es una posesión. De todos modos, también lleva implícito una responsabilidad y, por supuesto, no comporta que pueda ser tratado como un objeto inanimado. El término «tutor» quizás sería más apropiado para describir a las personas que trabajan en las protectoras y facilitan la adopción. Por otro lado, el término «padre adoptivo» lo encuentro demasiado antropomórfico. Particularmente ninguno es de mi agrado y el hecho de que actualmente todo tiene que ser políticamente….
Pero el término «dueño» no tiene por qué ser peyorativo, claro que indica posesión, ¿y?, es nuestro perro, y lo cuidamos y estamos orgullosos de hacerlo. Si seguimos así, dentro de poco ya nadie podrá decir «mi marido», «mi mujer», «mis hijos» o mis padres», ni siquiera «mis amigos», porque también implica posesión. Resultan muy irritantes estas tonterías, como «yo soy su humano» o cosas peores, como «soy su mamá». Son tiempos muy infantilizados y estúpidos, y de una enorme ignorancia. Perdona, te he interrumpido…
Bueno, para continuar con tu pregunta anterior, mi trabajo consiste en enseñar a los dueños a tratar a sus perros. Por eso en mi profesión no deben gustarte únicamente los perros, sino que también tienen que gustarte las personas.
¿Crees que todo el mundo tiene capacidad para tener un perro?
La falta de conocimiento, de dedicación y de condición física son lo motivos principales que amenazan la convivencia entre el perro y su dueño. Podríamos decir que el éxito de una buena relación se basa en 5 puntos fundamentales:
1). Una buena elección según nuestro estilo de vida.
2). Procurarle una correcta sociabilización durante los primeros meses.
3). Saber interpretar su comportamiento.
4). Tener una idea aproximada sobre cómo el perro percibe el mundo.
5). Saber potenciar su buena conducta.
Cuéntanos algún caso relevante en ese sentido
No puedo quitarme de la cabeza una señora mayor que quiso adoptar un perro y le dieron un Shar pei, un animal especialmente difícil. Pobre mujer.
Qué opinas de las campañas del ayuntamiento de Barcelona para fomentar la adopción, pero luego las políticas de bienestar animal son incapaces de ofrecer espacios decentes para cubrir las necesidades básicas del perro. Rincones malolientes como los pipicanes, una playa con cabida solo para sesenta perros, la entrada prohibida en la mayoría de parques, y una perrera de la que deberían avergonzarse, en fin, es una ciudad que vive de espaldas a los animales. Me pregunto quién asesora a esa gente.
No tengo la menor idea de quién asesora al ayuntamiento. En mi opinión, en las campañas de adopción se debería advertir que si adoptamos un perro de una protectora el grado de incertidumbre es más elevado y, en consecuencia, cabe la posibilidad de que el proceso de adaptación al hogar sea más largo o dificultoso. Pienso que las personas deberían disponer de esta información para poder valorar si en el momento vital en el cual se encuentran es el adecuado para llevar a cabo dicha adopción.
Actualmente la ciudad de Barcelona dispone de 41 áreas de recreo para perros de 400 metros cuadrados, o más, y de 72 áreas de una superficie menor. A mi modo de ver, este número es insuficiente. Si tenemos en cuenta que en el 15,2% de los hogares del municipio vive un perro, el consistorio debería destinar un porcentaje similar dedicado a los canes en todas las superficies de los escasos parques y zonas verdes de Barcelona. Si aplicásemos dicho porcentaje, parques como el de la Ciutadella o el de la Oreneta tendrían, aproximadamente, unas 2,6 hectáreas (26.000 m2) para perros. Por supuesto, estos espacios no deberían ser lugares diáfanos sino entornos complejos: con vegetación, superficies distintas, recovecos, distintos niveles, con sitios con sombra, abrevaderos, etc.
Otra medida que contribuiría a paliar la falta de espacios para perros sería la implementación de las zonas de uso compartidas. En municipios como Madrid o Sant Cugat del Vallès ya hace tiempo que se aplica dicha norma, con franjas horarias, pero, desgraciadamente, en Barcelona, —pese a que estaba prevista en la ordenanza municipal del 2014—, todavía no se ha implementado. Considero también que es muy importante que las vallas tengan una altura superior a los 80 cm, como en muchas áreas para perros, con el fin de que no puedan escaparse y evitar que no se ponga en riesgo la integridad de nadie. Creo firmemente en el dicho menorquín que dice que «bones tanques fan bons veïns» (buenas verjas hacen buenos vecinos).
En un país, como España, donde el maltrato animal está a la orden del día, empezando por los galgos y acabando por los toros, parece que comienzan a tomarse algunas cosas más en serio. La nueva ley de protección animal, por ejemplo, es un paso; aunque el PSOE no quiere incluir en ella a los perros de caza. ¿No te parece una incongruencia cuando la mayoría del maltrato animal se comete precisamente a los perros de caza?
Reconociendo la enorme dificultad que supone legislar y gobernar es cierto que este aspecto que comentas puede comportar que, a pesar de la nueva ley, persista la problemática.
En lo que sí me parece ver avances es en la sociedad civil, la gente está mucho más concienciada con respecto a unos años atrás. Las instituciones son otro cantar, pero la sociedad civil está respondiendo muy bien a los nuevos planteamientos del siglo XXI: cambio climático, alimentación sana, y defensa de los animales, por citar solo tres, es decir, otra manera de vivir en relación con la naturaleza. ¿Qué opinas?
Si nos lo miramos desde una perspectiva global, yo diría que nuestra manera de comportarnos refleja la vulnerabilidad intelectual de nuestra especie. De todos modos, se han alcanzado ciertos logros que no están nada mal para un primate que hace solamente 70.000 años corría por la sabana africana.
Nuestra complejidad da pie a que seamos capaces de lo mejor pero también de lo peor. Tu pregunta me hace pensar sobre un concepto que introdujo por primera vez el filósofo y activista Peter Singer. Él reflexiona sobre nuestra tendencia a preocuparnos por el bienestar de los animales, y señala que nuestra capacidad de preocuparnos por los demás adquiere la forma de una pirámide de círculos cada vez más amplios.
«Nuestra complejidad da pie a que seamos capaces de lo mejor pero también de lo peor».
El primer círculo —que está en el vértice superior de la pirámide— consiste en preocuparse de uno mismo, pues si una persona no está bien consigo misma no podrá ayudar a los demás; el segundo círculo consiste en preocuparse por la familia; el tercero está constituido por el grupo o tribu; el cuarto círculo está formado por su nación y, en un nivel inferior, reside el círculo que incluye a toda la humanidad. Si todos estos círculos gozan de un bienestar suficiente, ya podremos preocuparnos por el último círculo, aquel que engloba al resto de los animales.
«Desde una perspectiva global, diría que nuestra manera de comportarnos refleja la vulnerabilidad intelectual de nuestra especie».
Lo que permite que progresivamente podamos incluir los círculos más amplios viene determinado por la disponibilidad de recursos. De todos modos, es posible que, entre el círculo de la humanidad y el círculo que engloba a todos los seres vivos, exista uno intermedio que solo engloba a los animales domésticos. O quizás, lo que realmente ocurre es que para las personas que comparten su intimidad con un perro existe un nuevo círculo que engloba a estos animales y que, incluso, tienden a situarlo por encima de otros círculos que engloban a personas, con el consiguiente asombro e incomprensión que dicho fenómeno comporta en algunos.
Recomiéndanos un libro sobre perros o animales que te haya gustado.
Bien Natural: los orígenes del bien y del mal en los humanos y otros animales, de Frans de Waal.
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