Si hay un animal que tiene las emociones a flor de piel y es capaz de transmitir sentimientos, ese es el perro. Y como si eso no bastase, el perro posee, además, una enorme capacidad para captar los sentimientos ajenos, o sea, los del ser humano, y percibir si estamos contentos o tristes, animados o cansados. El perro no habla, pero siente. Por lo tanto, no hace falta explicarle nada, porque sabe más que tú acerca de cuál es tú estado de ánimo.
El neurocientífico Gregory Berns, de la universidad de Emory en Atlanta, se ha dedicado a estudiar la función cognitiva y los sistemas de percepción de los perros. Berns realizó resonancias magnéticas a más de noventa perros para comprender su funcionamiento neurológico y, después de cinco años de investigaciones, ha podido conocer las diversas reacciones del cerebro del perro cuando éste percibe sensaciones positivas o no.
Cuando al perro se le indicaba señales relacionadas con la comida, la actividad aumentaba, igual que los olores de otros perros y de personas cercanas, pero la actividad se incrementaba considerablemente cuando el perro escuchaba la voz de alguien con la que estaba familiarizado. Es decir, cuando su dueño lo acariciaba y le prestaba atención, se activaba la corteza prefontal, la parte del cerebro responsable de las emociones y de la alegría. Estas reacciones demostraron al profesor Berns que los perros manifiestan amor cuando oyen una voz amiga y familiar.
Berns señala que el cerebro del perro es muy similar al del humano, dado que procesa las emociones igual que un niño, lo que pone en evidencia su complejidad. Y también como los humanos, segregan oxitocina, la hormona de la «felicidad», cuando están contentos y manifiestan cariño.
Numerosos estudios han demostrado también que los perros tienen una propensión a consolar al ser humano si éste está triste o apenado. Su manera de estar a su lado es a través del amor incondicional que son capaces de dar. Por ejemplo, si estamos decaídos o tristes, tocándonos con las patas, con el hocico, o solo mirándonos con sus ojos bondadosos. Su afecto lo manifiestan permaneciendo a nuestro lado, durmiendo junto a nosotros o siguiéndonos los pasos.
Los perros nos aman como si fuéramos miembros de su familia.
El amor que el perro es capaz de sentir por quien le da cariño y afecto es incondicional. El perro no falla, no se arrepiente, no duda de su amor. Su capacidad de amar es extraordinaria y digna de admiración. Y muchas veces el ser humano no está a su altura.
Además del amor que nos profesan, los perros también pueden sentir tristeza, es decir, dolor emocional. Y las razones pueden ser muchas: por el fallecimiento de su dueño, por abandono, por otro perro con el que convive que se marcha o fallece, porque no corre ni pasea, etc… Si bien los perros no lloran, manifiestan su tristeza de otro modo: pérdida de apetito, desgana, ansiedad, dormir en exceso.
También ellos pasan por procesos de duelo, no hay que olvidar que son seres sensibles y, por lo tanto, seres que sienten. Más de un perro, fallecido su amo, ha dejado de comer o se ha tendido sobre su tumba el resto de sus días, o como la historia de aquel pescador que murió en las aguas y su perro, Vaguito, acude a diario a la playa y espera a que vuelva. No hay un ser vivo en toda la Tierra capaz de eso. Ese es el amor de perro.
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