Santuario Gaia, un paraíso animal entre montañas

Las vacas del Santuario pastan en los prados rodeados de las montañas de Camprodón (Girona). ©Santuario Gaia.

En medio de una manifestación antitaurina, un muchacho sostiene una pancarta a la entrada de la plaza de toros. Una mujer que llegaba para ver la corrida le espeta: «Tú mucho defender a los toros, pero bien que te comes a las vacas». Con esta frase y seguramente sin proponérselo, esa mujer cambió la vida de Ismael López Dobarganes y, de paso, la de los más de 1750 animales que han tenido la oportunidad de ser felices lejos de la explotación de las granjas, de nacer en libertad, de recuperarse de las heridas físicas y del alma o de morir rodeados de amor y cuidados en la Fundación Santuario Gaia.

Ismael jugando con Apolo. ©Santuario Gaia.

La historia de este centro vegano de rescate y recuperación para animales considerados de granja está hecha de sueños y pequeños milagros. Gaia es un paraíso escondido entre los bosques y montañas de Camprodón, en el Pirineo catalán, donde conviven en armonía especies tan distintas como cerdos, gallinas, vacas, burros, ocas y ovejas. Cada uno de ellos tiene nombre propio y una historia seguida por más de un millón y medio de personas en todo el mundo.

Los animales del Santuario pasan el día al aire libre. ©Santuario Gaia.

Cuando Ismael y el veterinario Coque Fernández fundaron este Santuario en octubre de 2012 no imaginaban que el lugar se convertiría en el centro de un movimiento social que rechaza el sufrimiento y la muerte de los «animales no humanos», como ellos los llaman. Casi diez años después, ambos se mantienen firmes en su política de acudir a todas las llamadas, por muy extremos o imposibles que sean los casos. Así, han conseguido salvar la vida a animales que se han caído o escapado del camión que los conducía al matadero. Se han dejado la piel en curar enfermos ya desahuciados y han sido noticia en los medios de distintos países. Comparten cada rescate con sus seguidores, que los acompañan también en las aventuras cotidianas del Santuario. Su trabajo ha inspirado a muchos nuevos veganos, algunos de ellos conversos tan improbables como el ganadero que les cedió una vaca anciana y, después, abandonó el consumo de carne para siempre.

En el Santuario Gaia se han dejado la piel en curar enfermos ya desahuciados y han sido noticia en los medios de distintos países por su admirable labor.

Detrás de estos logros están la energía y el carisma de Ismael, que es lo más parecido a una fuerza de la naturaleza. Sevillano de nacimiento, poseedor de una profunda fe religiosa, tiene el carácter de un toro bueno y una vitalidad que le rinde desde las tres y media de la mañana, cuando se levanta aún a oscuras para hacer oración, hasta la hora en que se oculta el sol tras las montañas de Camprodón.

Curro, el burrito andaluz que vivía atado, corretea felizmente por los parajes del Santuario. ©Santuario Gaia.

Imparable, reparte biberones, recorre el Santuario para jugar con sus «hijos» —como él llama a todos los habitantes de Gaia—, redacta informes y relata su día a día en directo. Toca la guitarra y escribe. Ha publicado Animales como tú, para convencernos de lo mucho que nos parecemos unos y otros. En sus primeros seis meses, el libro vendió más de quince mil ejemplares. Tiene un segundo manuscrito en ciernes y, al comienzo de esta entrevista, nos da la primicia de un lanzamiento para el mes de mayo. «No lo he contado a nadie —nos dice— es algo especial para los niños, que nos hace mucha ilusión, y vosotros sois los primeros en saberlo». Está convencido de que el cambio tiene que empezar por enseñar a los pequeños que los animales no deben ser esclavos del capricho humano.

Santuario Gaia, un paraíso animal entre montanas. Acoge animales maltratados y les da una vida maravillosa, rodeada de naturaleza.
Coque Fernández, cofundador y veterinario del Santuario, junto a Ismael, alimentando al pequeño Adriel. ©Santuario Gaia.

Y, por último, después de todo esto, aún le queda tiempo para cuidar de una gran cantidad de plantas. «A la vida le falta algo si no hay verde en ella», asegura. Con un fondo de calateas, ficus, marantas, pileas y enredaderas, Ismael nos saluda desde Camprodón, donde vive con Robert, su pareja, con Coque Fernández, veterinario y cofundador, y con los voluntarios y demás miembros del equipo. Con una sonrisa franca y familiar, Ismael empieza a contarnos cómo pasó de trabajar en el mundo financiero, a cuidar de los casi 500 animales que hoy viven felices en el Santuario.

Estas vacas, destinadas al matadero, han tenido la fortuna de ser rescatas por el equipo del Santuario Gaia. ©Santuario Gaia.

¿Quién era Ismael antes de la Fundación Santuario Gaia?

Era el supervisor nacional de una entidad financiera, y lo dejé todo para dedicar mi vida a los animales. Me hice vegano, me di cuenta de que tenía que reparar el daño que les había hecho, porque fui partícipe de ello y, por eso, decidí que iba trabajar para salvarlos y concienciar a la sociedad. Entré en la organización Anima Naturalis, era el coordinador de Baleares. Allí, conseguimos prohibir los circos con animales en trece municipios, y la comunidad vegana fue creciendo cada vez más. Luego me entraron unas ganas enormes de crear un paraíso para los animales que pudiera rescatar, y aquí estamos.

Santuario Gaia, un paraíso animal entre montanas. Acoge animales maltratados y les da una vida maravillosa, rodeada de naturaleza.
Naim, nacida en libertad, junto a su madre Eliana, que por primera vez disfruta de una maternidad sin miedo. ©Santuario Gaia.

¿Tuviste miedo antes de dejarlo todo para lanzarte a crear ese paraíso?

Sí, pero lo tenía muy claro. Desde pequeño había sentido una conexión especial con los animales, y cuando descubrí el daño que les estábamos causando por comernos, por ejemplo, un trozo de queso, me impactó. Me di cuenta de que el mundo no es consciente de ello, porque cuando vamos al supermercado nos encontramos los alimentos preparados y empaquetados y no podemos imaginar el sufrimiento que hay detrás.

¿Cómo es la experiencia de construir un santuario como Gaia?

Los inicios del Santuario fueron muy duros, porque sólo contábamos con el sueldo de Coque, el otro fundador. Él trabajaba como veterinario en una clínica, y a veces no teníamos ni para comer nosotros porque priorizábamos alimentar a los animales, así que pasábamos hambre y necesidades. Pero luego fue cada vez mejor, más gente empezó a conocernos y a concienciarse con las historias que contábamos a través de las redes sociales. Fue una bendición del cielo.

Santuario Gaia, un paraíso animal entre montanas. Acoge animales maltratados y les da una vida maravillosa, rodeada de naturaleza.
Las cabras y las ovejas salen de sus cobertizos para ir a pastar en plena montaña. ©Santuario Gaia.

En sus casi diez años de historia, el Santuario ha conseguido más de un millón y medio de seguidores de todo el mundo.

Sí. Es bonito porque la Fundación Santuario Gaia no solamente somos Coque y yo —que somos los fundadores y los que vivimos aquí—, sino que sois todos los que de alguna manera colaboráis con el Santuario, tanto económicamente como difundiendo la labor que hacemos. En las redes sociales se nota muchísimo el cariño de la gente que está siempre apoyándonos en los momentos buenos y malos. Reconforta saber que no estamos solos.

Estás cerca del sufrimiento de los animales y eres testigo de la crueldad con que son tratados. Sin embargo, siempre hablas en términos de amor y comprensión en lugar de estar resentido o enfadado.

El discurso del amor me viene por mi fe en Jesucristo. Cuando pienso en el sufrimiento que causamos a los animales me da rabia, pero hace años entendí que el amor es lo único que puede cambiarlo todo y, por eso, en el Santuario, nuestro discurso es de amor y comprensión. Nosotros no somos mejores que los demás. Antes de ser vegano yo también contribuía al sufrimiento de los animales, en eso no soy diferente. La única diferencia es que yo tomé conciencia, abrí los ojos y cambié. Mi trabajo tiene que servir para convencer, con amor, a quienes aún no son conscientes de esta realidad.

Santuario Gaia, un paraíso animal entre montanas. Acoge animales maltratados y les da una vida maravillosa, rodeada de naturaleza.
Juana, una cabra maltratada, ha tenido la suerte de llegar al Santuario, donde recibe cuidados especiales. ©Santuario Gaia.

Además de amigos, en las redes sociales también hay muchos haters. ¿A ellos también les respondes con amor?

Absolutamente. En las redes hay ya demasiado odio como para añadir más. Cuando entras en las publicaciones del Santuario o de mi cuenta personal verás que todos los comentarios son positivos. Desde el amor marcamos la diferencia. Cuando tú quieres convencer a alguien, si le atacas, se defenderá. En cambio, si le hablas con amor abrirá el oído y estará más dispuesto a cambiar. Pero cuesta, ¿eh? Según qué casos a veces me pongo a rezar y digo: «Señor dame paciencia porque esto es inaguantable». (Risas).

Háblame del papel de tus escuderos en la Fundación. Para empezar, de Coque Fernández que lo fundó contigo y es parte de la columna vertebral del Santuario.

Coque… ¿Qué te puedo decir? Gracias a él existe la Fundación. Entrega su vida por completo al Santuario y lleva una gran carga emocional sobre su espalda, porque, como es el veterinario, se siente responsable cuando un animal enferma o muere. Le pesa cada muerte, pero no puede hacer más de lo que ya hace por ellos. Ten en cuenta que a nosotros nos llegan animales en condiciones terribles, por la situación de explotación que han padecido, y a veces solo podemos acompañarlos y darles amor en sus últimos momentos.

Santuario Gaia, un paraíso animal entre montanas. Acoge animales maltratados y les da una vida maravillosa, rodeada de naturaleza.
Ismael y Coque alimentan a los pequeños Federico y Adriel. ©Santuario Gaia.

También están Lía y Robert…

Cuando Lía no está se nota muchísimo. Siempre decimos que es la «mami» del Santuario, porque ella nos cuida a todos, está pendiente de animales y humanos. También está José que es el encargado de las vacas y los animales grandes, y Robert, que es una persona muy servicial y una bendición tenerlo en el Santuario porque desde que él está, va mejor. Se encarga de todo. Es el comodín: está en todos lados y vale para todo. Con todos ellos formamos una familia muy bonita.

Santuario Gaia, un paraíso animal entre montanas. Acoge animales maltratados y les da una vida maravillosa, rodeada de naturaleza.
Lía, atendiendo a Agustín, un ternero rescatado de una granja lechera en Asturias. ©Santuario Gaia.

¿Cómo es esa convivencia entre humanos y animales?

A veces es complicada porque somos muchos. Ahora mismo hay aquí unas veinte personas, entre trabajadores y voluntarios, conviviendo las 24 horas, y es normal que surjan problemillas, porque emocionalmente vivimos en una montaña rusa. Hoy estamos contentos porque rescatamos una oveja, y a lo mejor mañana se nos muere uno de los que están enfermitos, y eso es duro. Uno crea vínculos con los animales y cuando se te muere uno que has estado cuidando, tú también estás mal, y eso afecta a la convivencia. A veces llevas muchos meses trabajando para rescatar un animal y éste se muere antes de que lo consigas. Eso realmente te destroza el corazón. Hay un gran desgaste emocional que vivimos en silencio porque muchos de estos casos no los compartimos en las redes sociales. Así que tenemos que afrontar el dolor, intentar que la familia esté bien y nos apoyemos unos a otros.

Consideras el veganismo como el siguiente paso evolutivo del ser humano y piensas que un mundo mejor no es posible sin ello. En esa tarea también te ayuda Robert que publica sus recetas veganas en las redes.

Es curioso, porque cuando lo conocí y lo traje al Santuario él no era vegano. Le di un paseo por el lugar, vio los animales y al terminar me dijo: «Me has jodido la vida», y yo pensé, qué estúpido, ¿no? ¿cómo que te he jodido la vida? Y me dijo: «ahora cómo voy a comer animales después de haber conocido a Paola, Valentín, Estefano…, ahora ya no puedo comérmelos». Y, ese mismo día, se hizo vegano.

Robert Mulik, experto en cocina vegana, con Elisa en sus brazos.
©Santuario Gaia.

Posteriormente, cuando lo vi cocinar, le sugerí: esta receta que estás haciendo ponla en las redes porque hay gente que, igual que tú, está dando ahora mismo el paso y no se le ocurre qué preparar. Y así empezó.

En el libro Animales como tú, explicas que los animales considerados de granja, y que usamos para nuestro consumo, son, en realidad, muy parecidos a nosotros.

Es que nosotros somos animales como ellos, y eso se nos ha olvidado. Hemos desconectado de la naturaleza y no la entendemos. Vivimos en las ciudades y nos lo dan todo hecho, pero no tenemos contacto con la tierra. Cuando lees el libro, te das cuenta de que no hay diferencia. Los cerdos, las vacas, las gallinas, tienen sentimientos como nosotros y les pasan las mismas cosas que a nosotros, se enamoran, se entristecen, hablan, tienen su lenguaje con sonidos diferentes. Los humanos no somos los únicos capaces de sentir dolor, alegría o amor, ni somos la única especie inteligente. En realidad, somos los más tontos, porque nos matamos entre nosotros y destruimos el único planeta que tenemos para vivir. No tenemos otro sitio a dónde ir, pero nos lo estamos cargando igual.

Más de cincuenta patos y ocas salen con gran algarabía a la hora de comer. ©Santuario Gaia.

En el Santuario los animales son seres con personalidad y tienen nombre propio. La gente los reconoce y sigue sus historias. Un caso especial es el de Samuel, el toro que significó un antes y un después para ti.

Samuel fue mi niño. Cuando lo rescatamos era un ternerito de cuatro días, nacido en una granja lechera, donde iban a enviarlo al matadero. Se estaba muriendo, y yo dormí con él los primeros meses para cuidarlo, eso hizo que creáramos un vínculo muy fuerte de «padre e hijo». Hubo una conexión tan grande que cuando le hablaba, él me entendía perfectamente, y con sólo mirarlo, yo sabía lo que él quería. Eso traspasó la pantalla y la gente se enamoró de Samuel. El día que falleció, lo pasé muy mal. Ahora esa herida está curada, la verdad, pero Samuel fue muy especial, y sé que me cuida y me ayuda desde el cielo.

Y según has contado a tus seguidores, Samuel te llevó a África a ver elefantes.

El año pasado, todas las semanas soñaba en que se me presentaba un elefante que me acariciaba la cara con la trompa y me decía «te quiero». Cuando lo miraba, se transformaba en Samuel y abría la boca para hablarme, pero yo no le escuchaba. Me despertaba angustiado, y eso duró seis meses, hasta que decidí ir en busca de ese elefante. Pensé, esto es una señal. Yo creo mucho en las señales, por eso me fui a Tanzania. Allí pasó algo muy bonito con todos los animales y con los elefantes. Una elefanta, una matriarca, vino hacia mí, apoyó su trompa en mi frente, me presentó a su hija que tenía tres días de vida y a toda su familia. Estuve con ellos, me aceptaron como si fuera uno más y, a partir de entonces, pasaron cosas extraordinarias con los animales en Tanzania. Todo eso lo contaré en el siguiente libro.

La placidez de Venus, una ternera huérfana, adoptada por Égalité.
©Santuario Gaia.

Qué es lo más difícil en esta vida tuya. ¿Quizás ver morir a algunos animales o no poder rescatar a muchos de ellos?

Para mí realmente lo más difícil es la gente —dice, con un suspiro tras pensarlo unos segundos—. Porque la muerte de los animales…, bueno lo pasas muy mal, pero hay gente que aprovecha esos momentos en los que estás hundido para hacerte daño en las redes sociales. Entre nosotros mismos, entre las propias organizaciones animalistas hay egos, envidias, maldad, como sucede en todos los ámbitos donde están los humanos. Llevo muy mal las discusiones entre los animalistas porque, que yo tenga que discutir con un ganadero, me parece lógico, es mi trabajo. Pero que tenga que discutir o perder energía con compañeros de lucha…, se me cae el alma.

Los animales disponen de un enorme terreno por el que pueden desplazarse sin restricciones. ©Santuario Gaia.

Hay mucha gente que nos comprende, pero también hay otra que nos hace daño. Lo que pasa es que las cosas malas no las contamos, porque hay demasiadas noticias negativas en el mundo y siempre digo que yo valgo más por lo que callo que por lo que hago. Nosotros solo queremos dar noticias positivas que son las que llenan el corazón y mantienen la fe en el género humano.

Federico y Adriel, las crías más célebres del Santuario. Millones de personas siguen su crecimiento y aventuras. ©Santuario Gaia.

Y entre los que os apoyan, están los voluntarios, que llegan de todas partes.

Lo de los voluntarios es de las cosas más bonitas que ocurren en el Santuario, vienen de todo el mundo y tenemos una casa solo para ellos. El voluntariado puede durar entre dos semanas y seis meses. Y lo increíble es que cuando terminan, todos se van llorando. Imagínate qué experiencia para esa gente que vive en la ciudad, y de repente se ve aquí, en medio del Pirineo, en las montañas, rodeada de animales. Al principio les cuesta, la primera semana es muy dura porque aquí la rutina es otra. Nosotros vivimos con el sol: cuando sale el sol empezamos a trabajar y terminamos cuando se oculta. Y hay mucho trabajo físico y emocional también. Pero cuando los voluntarios se van, son personas totalmente diferentes y muy llenas de amor, que es lo más importante. Lo que hace falta en este mundo es amor, y aquí somos una fábrica de crear amor. (Ríe).

En las redes, muestras la cotidianidad de tu casa, que siempre está llena de crías de diferentes especies: cerditos que corretean, corderos que saltan por todas partes, biberones, juegos, y pequeños desastres. ¿Cómo gestionas eso?

Es una locura, pero a mí me da igual si la casa huele mal, si está todo perdido, porque tengo esa sensación de saber que sí, en efecto, la casa está mal, pero he salvado una vida, ¿no?

En teoría ellos están en casa por un periodo corto de tiempo, mientras se recuperan. Cuando se curan pasan a vivir fuera con los demás animales. Pero al final, en mi casa siempre hay guardería porque cuando sale uno, entra otro nuevo. Estoy acostumbrado a dormir poquísimo, a dar biberones de madrugada, y cuando no tengo ningún bebé me falta esa vidilla, porque dan trabajo, pero también mucha alegría.

Ramona, una madraza. En el Santuario parió a Zuriñe y adoptó a Amalia. ©Santuario Gaia.

Como sé que eres un hombre de fe, quiero terminar esta conversación preguntándote ¿Cómo te imaginas el paraíso? ¿Cómo te imaginas el momento en el que abandones esta vida? Pues yo me imagino… —por primera vez en toda la entrevista, desaparece la sonrisa de su cara y se le llenan los ojos de lágrimas—, perdón, me emociono, ¿eh? Es una pregunta bonita… Me imagino que vienen a recibirme «mis niños», todos los animales que he ido rescatando a lo largo de estos años y que se han ido. Imagino que el primero que vendrá a recibirme será Samuel, y tras él, los demás. Por eso no le tengo miedo a la muerte. Creo que, si voy al cielo, si consigo ganármelo, es así como va a ser.

Togetherdogs entrevista a Yeray López Portillo, autor del documental Yo galgo

Yeray López Portillo con su perra Bacalao. «Es difícil describir la conexión que tenemos o cuánto he aprendido estando con Bacalao». ©Yo galgo.

Cuando Yeray López Portillo se embarcó en la aventura de hacer un documental sobre la situación de los galgos nunca imaginó que pasaría cuatro años sumergido en la España profunda, que conocería de cerca la cara más cruel del maltrato animal, que, incluso en ese ambiente feroz, encontraría amigos y maestros, y que su reclamo por la defensa del galgo español acabaría llegando al Parlamento Europeo.

Los galgos son los perros peor maltratados en España. ©Yo galgo.

Yo Galgo (https://www.moonleaks.org/yo-galgo) ha sido traducido a trece idiomas, se proyectó en las salas de cine de toda España, tuvo un gran impacto en Europa y fue visto en 47 países del mundo. En los Génesis Awards de 2018, fue premiada como «Película Documental Internacional Destacada» por The Humane Society y nominada en los premios Hollywood Music in Media Awards en la categoría «Mejor Canción Original-Documental».

«Yo Galgo arroja luz sobre las prácticas crueles e inhumanas de los cazadores de hoy en día que han reducido una raza de perro entera a un producto de corta duración».

Han pasado tres años desde su estreno y por desgracia el documental sigue vigente. Más aún cuando se acerca el fin de la temporada de caza y aumenta de manera dramática el número de galgos abandonados, torturados y asesinados por quienes ven en ellos una simple herramienta en las jornadas de caza. 

Desde Dinamarca, donde vive, este diseñador gráfico, fotógrafo, viajero y documentalista, ha hablado para Togetherdogs sobre la relación de España con los galgos y otros animales y la violencia que se genera en torno a ellos.

Yerai López Portillo con sus perros, Tzatziki, en su regazo, y Bacalao.
©Nani Gutiérrez.

¿Cómo llegan los galgos a tu vida?

Siempre estuvieron ahí. Desde pequeño he visto galgos en las ciudades donde he vivido, pero en mi infancia había pocos, muy asustados y traumatizados. Era un perro que me gustaba mucho por su belleza, pero al que no se podía acceder porque sólo lo tenían los cazadores y, los pocos galgos que veías, tenían un aura de miedo y misterio.

«El galgo siempre ha sido una especie de personaje mitológico para mí».

¿En qué momento aparece Bacalao, tu galga?

Vivía ya en Dinamarca, y, cuando vives en un lugar donde el sol sale dos horas en invierno, es fácil deprimirse. Y me deprimí. Después de intentar varias terapias, mi mujer me recomendó que probara con un perro, porque te obliga a salir y te acompaña, así que me hice con el que me gustaba desde siempre, un galgo.

Yeray paseando por el campo con su perra Bacalao. ©Yo galgo.

¿Cuándo pasas de tener un galgo a querer hacer un documental sobre galgos?

A través del galgo encontré una historia. Al principio quería hacer una serie para niños en la que Bacalao, que era la única hembra de su camada, volvía a España para buscar a sus hermanos y saber qué había pasado con ellos. Y empecé a pensar en una serie llena de imaginación y surrealismo, pero me di cuenta de que esto no era para niños y que requería otro tipo de formato. Así fue cómo me atreví a hacer un largometraje.

Bacalao y Tzatziki, los dos galgos de López Portillo. ©Yo galgo.

Se puede decir que los galgos te han cambiado la vida.

Los galgos me han dado mucho. Llegaron por salud mental, pero luego me han dado también la comunidad que hemos creado a partir del documental y que, quizás, ha sido lo que me ha salvado, porque la creatividad siempre ayuda. Encontré al perro que me brindó una historia que no conocía sobre mi país y a un montón de gente que necesitaba unirse en pos de esta causa.

«El galgo me ha enseñado mucho sobre mí, sobre mi país y sobre cómo vive, se divierte y se relaciona con su gente».

También has visto una cara muy dolorosa de España.

Sí. El mundo del galgo está lleno de sufrimiento, no sólo de los animales sino también de muchas personas, como los voluntarios que rescatan animales o las mujeres de los pueblos que recogen galgos y son excluidas de la comunidad por ello.

He estado cuatro años recorriendo esta España y tratando de entender por qué funcionamos así. He hablado con mucha gente. Yo no quería juzgar, no iba con la idea de «si tú matas un perro eres malo». No. Yo quería saber ¿por qué lo matas?, ¿cómo lo matas?, ¿cuánto tiempo llevas haciendo esto?, ¿quién te ha enseñado?, ¿lo hizo también tu padre o tu abuelo? Y he descubierto que no todos son malas personas.

Cuesta creerlo…

Bueno, he pasado muchas horas con ellos y he comprobado que esto tiene que ver con el territorio. Incluso he hecho amigos galgueros y he aprendido de ellos. Por mencionar uno, el arquetipo del maestro, del anciano que figura en la película, es un hombre que me enseñó mucho. Los galgos me han llevado a entender lo que significa ser producto de tu pueblo, de tu entorno. Y me ha llevado a preguntarme: ¿Qué habría sido de mí si yo hubiera nacido en ese pueblo?

Un montón de galgos que se utilizan para la caza y viven en pésimas condiciones.

Por supuesto, es muy duro rescatar perros, desenterrarlos, ver cómo los tratan de forma inhumana. Pero también es duro ver que mi sociedad es incapaz de dar respuesta a ese problema, a ese gran dolor.

¿Te refieres a la parte institucional, legislación, sanciones?

Sí. El dolor está ahí y nosotros como individuos lo podemos tratar según nuestros valores. A mí me importa poco lo que digan las leyes de protección animal, porque si yo creo que está mal abusar de un animal, si mis valores son los que son, obviamente no lo haré. Pero duele constatar que la normativa no asiste y no calma este dolor.

Uno de los tantísimos galgos maltratados y desnutridos que son recogidos por las protectoras.

Hay un nivel de sufrimiento muy grande en el mundo animal en España y nuestras instituciones parece que no lo ven. Los galgos sufren toda clase de maltratos, son uno de los animales de los que más se abusa. Pero también el toro, la vaca, el caballo…, ser animal en España no es fácil y si tú creces habituado a pegar a un perro, a colgarlo o a quemarlo, si creces en medio de ese nivel de violencia, la naturalizas y acabas transfiriéndola a otra gente y aplicándola a otros animales.

Mencionabas antes el caso de las mujeres que son apartadas de su comunidad por rescatar animales.

Hay una relación directa entre el abuso que los hombres cometen contra sus animales y la violencia doméstica. Existen estudios sobre ello. En historias de este tipo te das cuenta de que no hay blancos y negros, sino muchos grises. Sin embargo, el mundo del galgo está muy polarizado. Hay más hombres en un lado —en el de los cazadores— y muchas más mujeres en el de los rescatadores. Existe un conflicto también de género y hay mucha violencia contra ellas, insultos, y presión por parte del pueblo, por el qué dirán tus amigos. Puede decirse que este es un colectivo que se une al dolor que causa tu amigo cazador y que tú callas. Esa complicidad y ese silencio hacen mucho daño a los pueblos.

«Hay una relación directa entre el abuso que los hombres cometen contra sus animales y la violencia doméstica».

O sea que en el mundo del galgo la violencia no se limita a los galgos.

En el documental Yo galgo hablamos de la violencia contra el galgo, pero también de otras violencias y de otros animales. Es más fácil emocionarse con un perro que con una gallina. Es más fácil villanizar a quien maltrata a un perro, mientras nos distanciamos de una industria como la cárnica que produce mucho sufrimiento, y sin embargo la gente sigue comiendo carne y haciendo un montón de cosas que parece que son más asépticas pero que son igualmente violentas. Yo quería hablar de todo eso. Por eso uno de mis personajes da de comer a sus perros los corazones de los animales que sacrifica durante el día, porque mis personajes son gente real, y de alguna manera también son arquetipos.

«Para mí, uno de los retos ha sido que la gente quisiera ver esta historia tan dura, para que circulara y tuviera efecto».

De todas las prácticas terribles que hay en ese entorno ¿cuál es la que más te ha impactado?

La cría desmesurada porque hace perder valor a los animales. Cuando tú tienes 50 perros y tus hembras paren hasta 14 perros en cada camada, lo que vale cada perro es muy poco. Muchos cachorros de galgo machos mueren a los pocos días de haber nacido porque son las hembras las que crían y las que corren más rápido, entonces se deshacen de los machos como si no valieran nada. Ese desapego me sorprendió. Como los galgos crían tanto —son como conejos— acabas con 40 perros en un año, yo he visto hombres hasta con 200 perros.

La cría desmesurada de galgos es una práctica común entre los cazadores.

Eso es una barbaridad. Es insostenible.

Sí. Y ojalá más cazadores se atrevieran a decir lo que sucede, porque a lo mejor la caza se podría gestionar de otra forma. Si tú tienes un número de perros a los que les pones el microchip, eres responsable de ellos, haces un número controlado de crías al año, tienes un tipo de licencia y sabes lo que haces, la caza se podría gestionar quizás de una forma más transparente. Es lo mismo que ocurre en las granjas de cerdos y mataderos: es mejor que no se sepa lo que sucede detrás de esas paredes para que nadie lo controle. Nosotros nos hemos encontrado fosas comunes a las que, durante años, acudían los cazadores para matar a los perros que ya no querían y arrojarlos allí. Cuando uno de ellos se reúne con sus amigos para enterrar 20 perros, los une el dolor de esos animales, pero también el silencio frente a estas prácticas. Ojalá más gente hablara.

Fosa comunes en donde los cazadores arrojan a los galgos que ya no les sirven para cazar. Resulta inconcebible que esta práctica se permita en nuestro país. ©Yo galgo.

También mueren muchos galgos jóvenes.

Es otra práctica terrible. Se deshacen de perros muy jóvenes porque han aprendido a cazar y a capturar la liebre acortando en las curvas. El perro es listo, aprende trucos y por ello pierde puntos en la competición, entonces se le deshecha con apenas dos años de vida. Hay que dejar claro que esto es una competición. No cazan para comer, como en la España de Franco que cazaban para llevarse la liebre al puchero. Hoy se caza por «deporte». Y lo de considerarlo deporte es otra discusión aparte.

A los galgos que aprenden trucos para atrapar la liebre los consideran «galgos sucios».

Es que lo que más puntúa no es la muerte, sino cómo tu perro va detrás de la liebre. Si no recorta en las curvas, si adelanta al otro perro, va sumando puntos. Pero si el perro es listo y ha cazado ya 20 liebres, sabrá cuándo la liebre dará una curva y cómo atraparla antes, entonces el dueño va perdiendo puntos. A ese perro se le considera un «galgo sucio», nadie lo quiere y, como todos los galgos acaban aprendiendo, llega un momento en que, aunque corran, estén sanos y cojan la liebre, no valen para competir y se les deshecha sin más.

La caza de la liebre se ha convertido en un deporte.

¿Por qué crees que ha prosperado y se ha mantenido la caza con galgo en España?

Por la orografía, porque España es más plana. En el norte no se corre con galgos porque hay montañas. Pero en la estepa española está la liebre, aunque ahora la liebre ibérica también está desapareciendo por la mixomatosis, el exceso de caza, los cultivos y los pesticidas. Se van a quedar sin «deporte» porque no va a haber liebres.

Un galgo en plena carrera.

Por otra parte, durante 40 años tuvimos un dictador que era cazador y que reorganizó España para que más del 85 por ciento del territorio fuera «cazable». Los negocios se hacían durante las jornadas de caza. Tradicionalmente la monarquía también ha formado parte de esto. En Sevilla, por ejemplo, se compraban cacerías privadas para hacer negocios con los empresarios españoles. Hay mucha gente importante que está en la caza, no por la caza misma sino por las relaciones. Si no eres cazador no participas de estos círculos que te van a dar oportunidades.

Además de relaciones sociales y comerciales ¿se mueve mucho dinero en la caza con galgo?

No es tanto el dinero que dé. Date cuenta de que la caza con galgo es caza menor y está tan protegida porque si los cazadores pierden la caza con galgo, ¿qué pasaría entonces con la caza mayor?

Así que es más una cuestión simbólica que de ganar dinero. Aunque por supuesto, deja dinero. También hay mercado negro. ¿Premios? Pocos. ¿Se venden galgos? Bueno… sobre todo, se roban muchos galgos, que es otra de las prácticas usuales. Pero el dinero realmente está en la gestión de cotos de caza, en el cuidado de las tierras y en la caza mayor.

Las organizaciones defensoras de galgos, podencos y otras razas empleadas en la cacería denuncian que no se castiga, precisamente porque hay intereses económicos y gente poderosa detrás.

Aunque las penas son leves, la legislación existe, lo que pasa es que no se cumple. Es muy difícil presentarse como acusación particular. Raramente encuentras un perro con microchip, y es muy costoso llevar los casos ante un juez.

Muchos galgos viven permanentemente atemorizados, son maltratados, y cuando no sirven para cazar se deshacen de ellos. Basta recorrer los campos de Castilla o las tierras de Andalucía tras la temporada de caza. ©Yo galgo.

Hay organizaciones que cuentan con abogados voluntarios, que cobran muy por debajo de su sueldo, para ayudarles. También hay iniciativas de unir asociaciones para luchar contra esto, pero requiere mucho tiempo y dinero. En cuanto al poder y la gente importante, párate a pensar un instante: ¿quién tiene el suelo en este país?

Además, en muchos lugares las mismas autoridades provienen de familias tradicionalmente cazadoras…

En muchos casos, el alcalde de un pueblo es cazador. Algunos miembros de la Guardia Civil —institución que debe perseguir estos delitos—, son cazadores. Nosotros nos hemos encontrado con casos (puedes verlos en nuestro Instagram @Yogalgo) de perros muertos y fosas comunes, y los alcaldes querían callarnos. Hay casos recientes de galgos maltratados que, sin las redes sociales, jamás saldrían a la luz. Si no es por la presión de las redes sociales, tan útiles para estas cosas, nunca habríamos sacado los perros de esas fosas comunes. En ese sentido las redes sociales son de gran ayuda, al menos pueden generar ese sentimiento de vergüenza ajena de que algo así ocurra en mi pueblo.

Después de Yo Galgo, ¿cómo sigue tu lucha contra el maltrato a los galgos?

Nosotros creemos que las historias pueden llegar muy lejos y la creatividad es una herramienta de cambio, por eso queremos seguir haciendo películas que ayuden a los animales porque, para mí, el reto está en conectar a la gente que quiere a los perros con otros animales. ¿Por qué no vamos a extender el amor que sentimos por nuestros perros hacia otros animales? Podemos pensar, si mi perro tiene personalidad, ¿no la va a tener un cerdo que puede ser como un niño de tres años?

Bacalao y Tzatziki. ©Yo galgo.

Desde la plataforma Moonleaks.org nuestro esfuerzo está concentrado en ayudar a gente a producir películas, a hacer artículos de investigación en torno a la protección de los animales y a reunir fondos para seguir contando historias —en cualquier formato, podcast, fotografías, documentales— que tengan un impacto que inspiren y nos ayuden a cambiar.

Entre las iniciativas que has anunciado en Moonleaks.org está la de crear una marca de ropa sostenible.

Sí, queremos hacer ropa sostenible para podencos, galgos, greyhounds y whippets, y parte de los beneficios se destinarán a apoyar proyectos. Cada vez elegiremos un refugio y les proporcionaremos ropa para abrigar a sus perros mientras esperan ser adoptados y, además, crearemos un fondo para seguir haciendo películas y contando historias.

Actualmente hay una especie de activismo de sofá que se conforma con clicar «me gusta» a las iniciativas de otros, pero eso no paga los proyectos.

En Moonleaks.org tenemos 1.600 suscriptores, pero solo 50 de ellos pagan, y obviamente necesitamos más que los «me gusta» en Facebook. Debemos convertir nuestra emoción digital en una acción real, de lo contrario no llegaremos a ningún lado.

Yo galgo: https://www.moonleaks.org/yo-galgo

Ángel, una historia de superación como ninguna otra

El caso de Ángel, un cachorro que fue desollado vivo en Colombia, ha conmovido a la opinión pública del país. Su historia se expande en las redes sociales, ocupa las portadas de los periódicos y sale en las cadenas de televisión estatales. Y Ángel se convierte en el símbolo contra la crueldad animal.

El estado en que Ángel fue rescatado ha requerido varias cirugías y meses de hospitalización. © Mi Mejor Amigo.

La historia de Ángel comienza el pasado mes de octubre con una llamada anónima en la que pedían ayuda para un perro que se encontraba «herido y en muy mal estado» en Boyacá (Colombia). Las llamadas de auxilio son el pan de cada día para Vivian Andrea Nieto, responsable de la Asociación de Protección Animal y Ambiental Mi Mejor Amigo. Durante los últimos cinco años, ella y los seis escuderos que la acompañan han atendido todo tipo de casos de maltrato animal. Aunque carecen de una sede fija y apenas consiguen mantenerse a flote con los casi doscientos perros y gatos que atienden actualmente, no dudaron en aceptar uno más.

La persona al teléfono dijo no tener dinero para desplazarse hasta Chiquinquirá, el municipio colombiano donde opera Mi Mejor Amigo. Vivian aceptó hacerse cargo del transporte del perro, no obstante, como se encontraba trabajando en otro pueblo que estaba lejos de allí, le pidió al veterinario John Munévar que se encargara del caso.

Poco después, su teléfono sonó de nuevo. Esta vez escuchó la voz preocupada del veterinario: «Vivian, este perrito está despellejado». Ella no consiguió entender. No era capaz de imaginar lo que su compañero intentaba explicarle. «El perro viene sin piel… —le aclaró el veterinario—, le arrancaron casi toda la piel».

Ángel es atendido en el hospital veterinario.
© Mi Mejor Amigo.

Minutos después, Vivian recibía las primeras fotografías y vídeos de Ángel, unas imágenes tan espeluznantes que sin duda pueden herir la sensibilidad de cualquiera (Togetherdogs ha optado por no publicarlas). Han pasado tres meses desde entonces, y Vivian asegura que aún no ha conseguido superar el impacto que le causó ver al cachorro desollado.

Por venganza

Para entender cómo pudo ocurrirle algo tan horrible a Ángel hay que situarse en el escenario de una sociedad violenta, donde reina la impunidad, en la que difícilmente las personas consiguen justicia y menos aún pueden esperar los animales.

Según el relato de la Asociación, como protagonistas de este terrible episodio, tenemos, por una parte, una familia humilde propietaria de un cachorro de siete meses y, por otra, un vecino supuestamente enfadado y enfrentado con los primeros. Al presunto agresor se le ocurrió cobrar venganza en el perro, el ser más indefenso e inocente de esta historia, y decidió arrancarle la piel, a lo vivo, por supuesto.

Ángel perdió el 80 % de su piel.

Los dueños de Ángel lo encontraron «en carne viva» y, como no tenían con qué costear la atención veterinaria, decidieron aplicarle Curagán, un medicamento que Vivian describe como «un líquido morado que suele emplearse, sobre todo, para cauterizar las heridas del ganado» y que, sin duda, debió llevar al animal al límite del dolor. Luego lo dejaron estar y aguardaron a ver si sobrevivía o no.

Ángel recibiendo las curas por parte del equipo veterinario.
© Mi Mejor Amigo.

Tras cuatro días de sufrimiento, sin recibir atención y convertido en una masa sanguinolenta y violácea, alguien —que ha querido mantenerse en el anonimato—, compadeciéndose del animal, decidió tomar cartas en el asunto y llamar a Mi Mejor Amigo.

La lucha por la supervivencia

Necrosis en gran parte del tejido, problemas hepáticos, anemia, y una infección generalizada que amenazaba con causarle la muerte en pocas horas. El primer diagnóstico de Ángel era tan desalentador como su sobrecogedor aspecto. Sin embargo, el veterinario decidió que, si el cachorro había sobrevivido cuatro días en ese estado, él no podía menos que ayudarle en su batalla contra la muerte.

Muchas noches en vela, cuidados permanentes y transfusiones de sangre que duraban horas.

La Asociación puso todo el empeño en salvarlo y denunciar su caso ante la Fiscalía General de la Nación. Obtuvo la custodia de Ángel y comenzó un proceso legal en el que se solicita castigo para el presunto agresor.

Numerosas han sido las manifestaciones pidiendo justicia para Ángel y condena para su agresor.

Cuando las imágenes de Ángel y los detalles de la historia empezaron a correr por las redes sociales, se levantó una ola de indignación junto con otra de ánimos y buenos deseos para el cachorro. No faltaron los que pedían una inyección compasiva que acabara para siempre con el dolor de Ángel, pero esa posibilidad nunca estuvo sobre la mesa para los miembros de la Asociación. Por el contrario, conscientes de que se enfrentaban a un caso difícil y en el que no tenían ninguna experiencia, buscaron la asesoría de una veterinaria especializada en problemas de piel, que los ha acompañado durante todo el proceso.

La historia de Ángel ha levantado una ola de indignación en las redes sociales.

Al mismo tiempo que el cachorro empezaba su largo camino por quirófanos y tratamientos, iba convirtiéndose en la imagen viva y sufriente de la crueldad contra los animales en Colombia, un país con cifras vergonzosas en este asunto. Según datos de la Fiscalía sólo en la capital, Bogotá, hubo 3.700 casos de maltrato y abusos contra animales durante 2020. Sin embargo, otras entidades como el Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal de Bogotá, aseguran haber registrado más de diez mil incidentes de maltrato animal en el mismo año. Y esos son sólo los casos que llegan a denunciarse.

El camino hacia la popularidad

En las redes sociales, el caso de Ángel se vuelve viral. El vídeo con sus primeros ladridos, casi un mes después de ser rescatado, fue visto más de 47.000 veces y obtuvo cerca de 5.700 likes. Personajes públicos y celebridades comentaban y seguían sus progresos, sus juegos con otros perros del hospital, los entusiastas movimientos de su cola ante el plato diario de pollo o ante la llegada de sus cuidadores.

Ángel comienza a ingerir un poco de pollo. © Mi Mejor Amigo.

Muy pronto este caso de superación saltó a las noticias. Los principales telediarios y medios del país contaron su historia y se sumaron al reclamo de justicia para este perro que, pese a haber conocido el lado más oscuro de los seres humanos, recuperó rápidamente la alegría y la fe en las personas.

Ángel ha logrado sobrevivir y se recupera gracias a los cuidados del equipo veterinario y la solidaridad de la Asociación de Protección Animal Mi Mejor Amigo.

A pesar del interés que ha despertado la historia de Ángel, no se ha conseguido que el proceso judicial avance. Casi tres meses después, el agresor aún está lejos de ser castigado. «La respuesta en la Fiscalía siempre es la misma: que el caso está en proceso de investigación», comenta Vivian sin ocultar su frustración.

Desde la Asociación aseguran que no descansarán hasta que se haga justicia. Pero esta no es la única batalla que tienen por delante. Las diez cirugías, los injertos de piel, vendajes especiales, pijamas para proteger las heridas, medicamentos y demás han tenido un costo de 20 millones de pesos colombianos (cerca de 4.500€), de los cuales han conseguido pagar la mitad, gracias a donaciones, rifas y ventas de calendarios, tazas y llaveros artesanales, entre otros objetos que ellos mismos fabrican. Sin embargo, aún les queda una deuda de ocho millones de pesos (cerca de 1.800€). Mucho dinero para esta pequeña organización que, pese a sus limitaciones, en cinco años ha sacado 4.000 animales de la calle y actualmente atiende casos en varios municipios de Boyacá.

Lo que le hizo su agresor llevó a Ángel a las puertas de la muerte. Su recuperación ha sido muy lenta y ha requerido varias cirugías, tratamientos y una larga hospitalización.© Mi Mejor Amigo.

Aunque Ángel no volverá al quirófano, aún permanecerá ingresado en el hospital dos meses más, pues es necesario hacer un seguimiento de la evolución de los injertos y asegurarse de que la piel se adhiera bien a los tejidos. Después, no se sabe qué pasará con él. Probablemente no lo darán en adopción. «Ángel es un perro muy especial —explica su portavoz—. Es la insignia de nuestra Asociación. Es divino, alegre y dulce, pese a todo lo que ha sufrido nos derrite el corazón».

La primera salida de Ángel al parque, tras dos meses hospitalizado.
© Mi Mejor Amigo.

Por lo pronto la historia de este cachorro, que hoy corretea imparable, parece tener un final feliz. Su recuperación es un milagro, y puede que ese milagro haya ocurrido para demostrarnos que entre nosotros caminan algunos ángeles que carecen de alas y tienen cuatro patas, y otros que van más allá de sus fuerzas y recursos para rescatar animales y darles una nueva vida rodeados de amor y protección.  

Ángel con Vivian, la responsable de Mi Mejor Amigo. Resulta reconfortante
ver cómo se ha recuperado este cachorro. © Mi Mejor Amigo.

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