En 1798, tras la muerte de su tío abuelo William, el poeta George Gordon Byron (1788-1824), que entonces contaba diez años de edad, heredó la abadía de Newstead en Nottingham, Inglaterra, y se convirtió en el sexto lord Byron. Como señala el escritor André Maurois en su biografía sobre el poeta: «Desde el primer encuentro, Byron se enamoró de Newstead», lugar adonde se trasladó con su madre y su institutriz Mary Gray. Los años que vivió en Newstead —como afirmaría el propio Byron más tarde— fueron los mejores de su vida, rodeado de naturaleza y en compañía de sus perros y otros animales.
Amó a varias mujeres en su vida. Y tuvo dos hijas: Augusta Ada, con Anne Isabella Milbanke, quien fue su esposa, y Allegra, con Claire Clairmont, hermanastra de la escritora Mary Shelley; si bien se especuló acerca de la paternidad de una tercera, Medora, fruto de la relación incestuosa que mantuvo con su hermanastra Augusta. Dichos rumores supusieron un escándalo en la sociedad de su época, que por amoral y libertino no tardó en darle la espalda al poeta. Esta fue una de las razones, sino la única, por la que Byron abandonó definitivamente su país en 1816, al que nunca regresaría, salvo para recibir sepultura tras su muerte en 1824 a los treinta y seis años. «Los elegidos de los dioses mueren jóvenes», sentenció el comediógrafo griego Menandro. Y así fue en su caso. Tras viajar por toda Europa y pasar temporadas en Suiza e Italia, en 1824 decidió viajar a Grecia para luchar por la independencia del país que, en aquel entonces, formaba parte de imperio otomano. En abril de aquel año cayó enfermo, tuvo ataques epilépticos y contrajo unas fiebres que acabaron por causarle la muerte.
Lord Byron encarna al poeta romántico por excelencia, soberbio, vanidoso, amoral y provocador. Dado a los excesos, fueran etílicos o de otra índole, era hombre de sentimientos exaltados, lúcido, excéntrico, amante de los placeres, atormentado y proclive a la autodestrucción. Ya de muchacho le gustaba rodearse de animales. En Newstead llegó a tener casi un pequeño zoo doméstico: caballos, gatos, águilas y halcones, gansos, grullas, además de un oso y un mono y, por supuesto, perros, sus compañeros más queridos.
Cuenta la leyenda que durante una travesía en barco el perro con el que viajaba Byron cayó al agua. El poeta ordenó al capitán que detuviera el barco con el fin de poder salvar al animal, pero éste se negó alegando que el reglamento prohibía detener el navío por esa causa; solo estaba autorizado a hacerlo en el caso de que fuera un hombre quien cayese por la borda. Byron, enfurecido, se arrojó entonces al agua para salvar a su perro, y el capitán no tuvo más remedio que detener el barco para rescatar a ambos.
De todos los perros que tuvo Byron —se conocen unos cuantos: Fanny, Thunder o Nelson, entre otros—Boatswain fue su preferido. Nacido en 1803 y procedente de Canadá, este terranova cautivó desde el primer momento el corazón del poeta y se convirtió enseguida en su fiel compañero, del que Byron no se separó hasta su muerte, acaecida en 1808 tras contraer la rabia. Byron lo cuidó hasta el final. Sintió una pena tan profunda cuando murió Boatswain que ordenó construir en los jardines de Newstead un monumento en el que el poeta escribió uno de los epitafios más bellos que se han escrito jamás en honor a un perro:
«Aquí reposan/los restos de una criatura/que fue bella sin vanidad/fuerte sin insolencia/valiente sin ferocidad/que tuvo todas las virtudes del hombre/y ninguno de sus defectos.»
Se cuenta que cuando Byron agonizaba en su lecho de muerte en Missolonghi (Grecia) pidió que lo devolviesen a su país y lo enterraran junto a Boatswain, un deseo frustrado, tal vez porque Newstead se vendió en 1817. El caso es que Byron yace enterrado junto a su madre en la iglesia de Santa María Magdalena, cerca de su amada abadía de Newstead.
Lo que Byron no sabía es que con su propia muerte estaba otorgándole la inmortalidad a Boatswain, pues así ha llegado hasta nuestros días. Boatswain es ya inmortal.
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