El dolor de los animales
octubre, 2023 - Oriol Ribas

¿Siente dolor un pez cuando muerde el anzuelo? ¿Experimenta una sensación de dolor un insecto que tiene una pata aplastada? ¿Cómo podemos saber si una persona siente dolor de cabeza si no nos lo dice? Este tipo de preguntas son las que se hacen los científicos especializados en el dolor. Se trata de un asunto crucial ya que tiene repercusiones éticas en la manera en que deberíamos tratar a los animales.

Este magnífico artículo del biólogo Oriol Ribas nos habla del dolor de los animales. ¿Siente dolor una mosca, una lombriz o un pez?

La experiencia del dolor depende de un tipo de neuronas llamadas nociceptores. Estas poseen unos sensores que detectan estímulos dañinos como el calor o el frío intenso, presiones fuertes, toxinas de un veneno y otros tipos de moléculas. Dichos nociceptores —o neuronas— transmiten la información y, en consecuencia, podemos saber si estamos sufriendo un pinchazo, una quemadura, un picor intenso u otro tipo de dolor. Casi todos los animales poseen nociceptores, pero esto no significa que todos los animales sientan el dolor de la misma manera. Por ejemplo, las aves que se alimentan de semillas de pimienta no sienten el ardor que sentimos los humanos cuando nuestras papilas gustativas contactan con la pimienta. Ya que los humanos hemos desarrollado una alta sensibilidad a la capsaicina, la molécula que contiene la pimienta que desencadena dicha sensación.  

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Se considera que la nocicepción es el proceso mediante el cual detectamos el daño. En cambio, el dolor es el sufrimiento que le sigue. Por ejemplo, si nos quemamos al tocar una sartén, los nociceptores de nuestra piel provocarán el reflejo de apartar el brazo, incluso antes de que el cerebro sepa lo que está ocurriendo. En breve, las señales de los nociceptores llegarán a nuestro cerebro y se producirá la sensación de dolor. Hay un estrecho vínculo entre la nocicepción y el dolor, pero no son lo mismo. En el ejemplo, la nocicepción tendría lugar en nuestra mano, pero el dolor lo produciría nuestro cerebro. El primer proceso es sensorial y a continuación le sigue el emocional, la experiencia subjetiva del dolor. De hecho, hay personas amputadas que experimentan dolor a pesar de que no existe la nocicepción, es lo que se conoce como el famoso síndrome del miembro fantasma. El dolor es un proceso psicológico de la mente, pero el hecho de que sea una experiencia subjetiva no significa que no sea real.

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¿Si pellizco a un gusano este podría reaccionar gracias a la nocicepción, pero, en cambio, no experimentar dolor? Este es realmente el punto clave para los científicos. Estos consideran que para sentir dolor es imprescindible cierto grado de consciencia, a diferencia de la nocicepción que sí puede existir sin consciencia. Pero, cuesta creer que un gusano, que tan siquiera tiene 302 neuronas, pueda ser consciente del dolor. Y es que para que exista consciencia se requiere cierta potencia cerebral. Los humanos tenemos 86.000 millones de neuronas, los ratones 70.000 millones, los perros 2.000 millones, los pulpos tienen 500 millones, un pez 4 millones y la mosca de la fruta 100.000. ¿Son suficientes las 100.000 neuronas de la mosca para poder experimentar dolor?

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© Fotografía de Nick Windsor en Unsplash.

¿Dónde trazamos la línea que separa los animales capaces de sentir dolor —es decir, cierto grado de consciencia— de los que únicamente gozan de nocicepción? Una mosca es capaz de aprender a evitar un estímulo nociceptivo (doloroso), pero ¿significa eso que experimenta sensaciones dolorosas similares a las de los humanos? Podría ser que estuviésemos cometiendo un error al sobrevalorar su comportamiento aprendido al considerar que siente dolor. Pero también podría ocurrir que nos equivocásemos al infravalorar su sencillo sistema nervioso y considerar que este no es capaz de generar la sensación de dolor.

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Mosca común. ©Fotografía de Alexey Goral. Wikipedia.

Algunos científicos argumentan que algunos animales pueden aprender a evitar peligros sin la necesidad de la experiencia subjetiva de dolor. De hecho, hoy en día ya existen robots diseñados para aprender a evitar experiencias negativas comportándose como si sintieran dolor sin gozar de dicha experiencia subjetiva. Estos robots se parecen a la anticuada idea que tenía Descartes de los animales, el cual consideraba que éstos son como autómatas que pueden gemir pero no sentir. Como si el gemido del animal fuese equivalente al sonido de un reloj despertador. Actualmente, de lo que no hay duda es que si al dolor le quitamos la consciencia sólo queda la nocicepción, salvo que exista alguna cosa intermedia, lo cual nos resulta difícil de imaginar.

La utilidad del sistema nocioceptivo es obvia: sirve de alarma para detectar cosas que podrían matar o dañar al organismo. Pero, ¿cúal es el valor adaptativo del dolor? El dolor sirve para que los animales aprendan a evitarlo en el futuro. Es decir, podríamos considerar que la nocicepción equivale al «Márchate» y, en cambio, el dolor equivale al «No vuelvas».  Ambos son vitales —nunca mejor dicho— para la supervivencia del individuo.

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Debido a la complejidad de su sistema nervioso y su comportamiento inteligente, la Unión Europea tiene un protocolo especial para los cefalópodos, como el pulpo, para proteger su bienestar cuando se experimenta con estos animales. ©Fotografía de Luis Miguel Bugallo. Wikipedia.

Actualmente, en la comunidad científica existe cierta unanimidad respecto a la idea que los mamíferos, las aves, los reptiles, los anfibios y los peces son capaces de sentir dolor. La frontera quizá se sitúa en si los crustáceos y los insectos son capaces de ello. El deber de la ciencia consiste en esclarecer cuáles son los animales capaces de sentir dolor y, al mismo tiempo, establecer qué tipo de dolor experimentan. En cambio, el deber de la ética consiste en aplicar el principio de precaución y equivocarse por exceso, es decir, considerar que ante la duda razonable determinados animales pueden sentir dolor.

 

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