Oriol Ribas, especialista en conducta canina, nos explica esta historia acerca de los perros y el sentimiento de culpa. Una pareja llega a casa después de una larga jornada de trabajo y, curiosamente, su cachorro no los recibe con lametazos y alegres saltos como es habitual. No está por ninguna parte, lo que les hace sospechar de que ha cometido alguna fechoría. Después de rastrear el piso lo encuentran acurrucado en un rincón y en cuanto los ve se pone boca arriba y los intenta cautivar con una serie de lametazos nerviosos. Siguen buscando por casa y finalmente se confirman las sospechas: el cachorro ha vaciado una almohada y ha pulverizado unos libros y otros objetos.
El hecho de que no recibiera a sus dueños como de costumbre, junto a los destrozos, les hace pensar que el animal sabe que realmente ha actuado mal. Algunos creen incluso que el perro ha actuado de esta forma como venganza por haberlo dejado solo. Por eso más de uno se siente legitimado para regañarle. De modo que lo lleva al lugar de los hechos y lo regaña, mientras otros lo zurran al tiempo que le gritan: «¡Aquí no! ¡Eh, aquí no!». Si el perro no tiene un temperamento muy fuerte, evitará el contacto visual con el dueño. También es posible que para calmar el enfado de los humanos se ponga boca arriba o los cubra de lametazos.
Pero la pregunta es: ¿Cuántos perros que actúan así serán castigados injustamente en el futuro?
Para que el perro reaccione escondiéndose porque ha hecho una travesura solo hace falta un paso previo: que haya habido varios episodios en los que la persona haya castigado al perro al ver los destrozos, o el pipí, a su llegada. Sólo así el perro es capaz de relacionar la coincidencia de los tres factores: llegada de la persona, consecuencias de la acción (destrozos, pipí, etc.), enfado y castigo.
Si esto ocurre ya tenemos un perro que, si tiene un buen temperamento, se esconde, porque sabe que será castigado. Sin embargo, una cosa es que el perro asuma que será castigado y pida clemencia y otra muy distinta es que sepa el motivo por el que será castigado. Al ser humano le parece tan sencillo relacionar un hecho con el otro que muchos se resisten a creérselo. Pero para llegar a esta conclusión es necesaria una capacidad de análisis mínima y proyectarse en el tiempo. Solo los humanos gracias al lenguaje verbal podemos trasladarnos fácilmente al tiempo y al espacio. A un niño se le puede explicar, y lo entenderá si a la hora de la merienda no se le da el helado porque por la mañana ha hecho una travesura. Si utilizamos el premio a destiempo ocurre lo mismo, el perro tampoco lo relaciona, si bien los efectos no son tan negativos. Si se premia al perro al cabo de una hora de haber hecho pipí, recibirá el premio encantado, algo muy distinto es que relacione que el premio es por el pipí.
Castigar a destiempo a tu perro en lugar de mejorar las cosas las empeora.
Actuar castigando al perro a destiempo en lugar de mejorar las cosas, las empeora. La relación de confianza con el animal se resiente y, a la vez, aumenta la ansiedad. Se supone que el perro debería estar contento de la llegada de los suyos, pero como a veces los suyos se comportan de formar errática, se muestra inquieto. Los nervios, como el humo, salen por el primer agujero que encuentran. Y una posible opción para calmar los nervios sería, precisamente, roer algo.
Espero que quienes actúan mal, después de leer estas líneas sean ellos los que tengan sentimientos de culpabilidad.
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