Todos los años, la misma historia. Y no hay manera de que mejoremos, todos los años el suplicio de los petardos, porque son realmente un suplicio, no sólo para los perros y otros tantos animales, sino también para mucha gente, que huye de los ruidos y busca la tranquilidad y el silencio, o algo que se le parezca al menos. Ya sé que, hoy en día, eso es muy difícil y más en una ciudad como la nuestra, donde tener que lidiar con los ruidos resulta a veces tarea ardua, porque Barcelona, una de las ciudades más ruidosas de España, no ha hecho ni hace nada para paliar la contaminación acústica, desde las motos, el exceso de sirenas, hasta las permanentes obras en la vía pública, la carga y descarga a todas horas… Y, ahora, para colmo, sólo faltan los petardos.
Esta estúpida manera de divertirse tiene unas consecuencias en los perros (por hablar de perros y no de otros animales, porque las aves que están en época de cría abandonan sus nidos aterradas por el estruendo y a sus polluelos, cuando no mueren en el intento) que se traducen en ansiedad, pánico, taquicardia, jadeos, respiración acelerada, incremento del pulso cardíaco y, en algunos casos, incluso la muerte. Y no sólo eso, hay perros que entran en pánico y huyen despavoridos, tiran de las correas, corren sin saber adónde, cruzan calles con riesgo de que los atropellen, o peor aún, se arrojan al vacío, como fue el caso de un perro de Manresa que el año pasado al oír un petardo saltó al vacío desde un piso y, lamentablemente, no superó las heridas. Y no estamos hablando de casos aislados. Eso es lo que sucede con los perros, mientras los papás tiran petardos con sus hijos pese a que todos los años, algunos niños y mayores pierden más de un dedo de la mano, pero la diversión es la diversión. Nos preguntamos por qué los progenitores no compran libros a sus hijos en lugar de petardos, con lo caros que son y tan poco instructivos; con los años podrían acabar teniendo una buena biblioteca.
El partido animalista PACMA ha pedido un debate con las instituciones en torno al uso de los petardos, y celebran medidas como la que tomó el ayuntamiento de Roma en 2017 al prohibir la pirotecnia en Nochevieja. En Collecchio, un municipio de la provincia de Parma, en Emilia-Romaña, desde el 2015 los fuegos artificiales sólo son lumínicos, es decir, sin ruido. Pero Barcelona —como otras ciudades de Cataluña y el Levante, donde San Juan es una de las fiestas más arraigadas—, se ha mostrado indiferente al respecto, el ayuntamiento ha rechazado cualquier debate y ha hecho oídos sordos a las peticiones de los animalistas, es más, se diría que cuanto más petardos mejor, es algo «popular», no olvidemos eso; igual que los fuegos en los parques, como tuvimos ocasión de ver en el de Can Rabia la verbena pasada, una lengua de fuego que se elevaba en medio de los árboles, donde niños y padres gritaban y jaleaban sin tregua, mientras nos preguntábamos cómo debían estar los pájaros que tenían sus nidos en sus ramas. Nos preguntamos qué les enseñan esos padres a sus hijos, de verdad, qué les enseñan.
Cuando decimos que los petardos son el suplicio de los perros nos quedamos cortos
Las organizaciones que luchan por el bienestar animal, como Espai Gos en Barcelona y otras tantas, abogan para que el ayuntamiento barcelonés limite la utilización de pirotecnia convencional en sitios y lugares concretos y apueste por modelos más silenciosos. Naturalmente, albergamos pocas esperanzas si tenemos en cuenta las políticas de bienestar animal que hasta ahora ha llevado a cabo el consistorio barcelonés, que no son más que políticas de malestar animal, porque no han hecho otra cosa. Y cuando decimos que los petardos son el suplicio de los perros, nos quedamos cortos.
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