Desde que en 1800 fue inaugurada por el arquitecto John Adams, la Casa Blanca, residencia oficial del presidente de los Estados Unidos, cuenta con una larga tradición: todos los mandatarios que han residido en ella han disfrutado de la compañía de animales domésticos; todos, salvo Donald Trump. «No me importaría tener uno, pero francamente no tengo tiempo. ¿Cómo me vería yo paseando un perro en el césped de la Casa Blanca?», declaró al Washington Post en 2019.
La reciente llegada de Joe Biden a la Casa Blanca ha supuesto la recuperación de la tradición perruna. Champ, un pastor alemán, es propiedad de la familia desde 2008, llamado así por lo que solía decirle su padre cuando Biden era un muchacho: «¡Cuando te derriben, campeón (champ en inglés), levántate!»
Luego está Major, otro pastor alemán que los Biden rescataron de la Asociación protectora de animales de Delaware en 2018. «De cachorro abandonado a vivir en la Casa Blanca. Major pone en evidencia que todos los perros pueden vivir el sueño americano», decían satisfechos los organizadores de una recaudación de fondos para celebrar la mudanza del nuevo inquilino a la mansión presidencial.
Sin embargo, Major, con apenas tres años, y tras unos pocos meses en su nueva residencia, ha mordido a un responsable de seguridad, un hecho que ha resultado determinante para que el presidente Biden haya tomado la decisión de trasladar temporalmente a ambos perros a la casa que la familia posee en Wilmington, en el estado de Delaware. Según fuentes de la CNN, parece ser que el incidente no fue grave, pero, pese a ello, los Biden han optado por alejar a sus perros de la Casa Blanca. No obstante, Major está recibiendo clases y ayuda profesional para poder regresar a ella. Esperemos que sea en breve.
La lista de animales domésticos en la residencia presidencial es larga. En 1966, el presidente Lyndon B. Johnson (1963-1969) adoptó a Yuki, un mestizo que su hija había encontrado en una gasolinera de Texas. Bill Clinton (1993-2001) tuvo a Buddy, un labrador de color marrón que se peleaba con su gato Socks, y eran tan frecuentes sus peleas que el New York Times acabó apodando a la pareja: «La némesis.»
Famosos han sido también los terrier escoceses. El presidente Franklin D. Roosevelt (1945-1953) tuvo a Fala, que nunca lo abandonaba e incluso volaba con él en el avión presidencial; y George W. Bush (2001-2009) a Miss Beazley y Barney, que incluso asistían a las reuniones del gabinete. «Nunca habló de política y siempre fue un amigo fiel», comentó el expresidente republicano cuando Barney murió en 2013.
También Barack Obama (2009-2017) se benefició de la compañía de los perros durante sus ocho años de mandato. En 2009, el senador Ted Kennedy le regaló a Bo, un perro de aguas portugués. Cuatro años después, llegó Sunny, otro perro de la misma raza, y pronto ambos adquirieron tanta popularidad que se organizaron encuentros, todos ellos supervisados por Michelle Obama, para poder visitarlos y fotografiarlos. Tanto Bo como Sunny tenían sus propias agendas.
Pero a lo largo de los más de dos siglos de historia, en la Casa Blanca no sólo ha habido perros y gatos. Se dice que John Quincy Adams (1825-1829) tenía un cocodrilo en la bañera, y que su esposa, Louisa Adams, coleccionaba gusanos de seda. Fue muy popular el loro del presidente William McKinley (1897-1901) por charlatán y mal hablado, y también la serpiente de Teddy Roosevelt (1901-1909), pero uno de los animales más famosos fue Macaroni, el poni que John Kennedy regaló a su hija Caroline y que adquirió tanta notoriedad que, en 1963, se convirtió en portada de la revista Life. Los Kennedy estaban tan apegados a los animales que, durante el tiempo que residieron en la Casa Blanca, llegaron a tener más de veinte, entre perros, gatos, pájaros y caballos.
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