Esta es una historia de supervivencia, en la que, gracias a la intervención de un border collie, la protagonista puede contarlo. El viernes 21 de abril, a las nueve de la mañana, Romina Zárate, una mujer argentina de 36 años emprendió una ruta en El Chaltén, en el extremo sudoeste de la Patagonia, al pie del cerro Fitz Roy y a orillas del río de las Vueltas. Esta es su historia.
Cuando a media tarde llegó a la cima de la llamada Loma del Pliegue, Romina se percató de que no había tomado el mismo camino para volver, y se dio cuenta de que se había perdido, pero no se alarmó, pensó que si conseguía llegar al río Fitz Roy, un afluente del río las Vueltas, y seguir su curso llegaría a cualquier pueblo. No obstante, fue adentrándose cada vez más en un terreno árido y pedregoso y, con la premura de que no le sorprendiera la noche, resbaló y cayó ocho metros, golpeándose con las piedras a medida que descendía a golpes por el terreno. Cuando por fin consiguió ponerse en pie, se dio cuenta de que se había roto la muñeca, pero, con todo, consiguió llegar al río. De modo que se dispuso a cruzarlo, y esa decisión casi le cuesta la vida.
Pese a las calmadas aguas, la corriente era tan fuerte que el río la arrastró por el cauce, y Romina al no poder nadar a contracorriente se dejó llevar. La fuerza del agua le arrancó las botas, y estaba tan fría que ya no sentía los pies. Pensó que si no conseguía alcanzar la orilla estaba perdida. De modo que en un intento costoso y esforzado consiguió llegar a la otra orilla, un terreno rocoso y lleno de matojos. Ante ella, se erigía una montaña. En un principio, quiso subirla, pero tenía los pies congelados y ensangrentados, los calcetines hechos jirones y el agua se había llevado sus botas. Mal lo tenía. Se hallaba, sin saberlo, en el Cerro de los Cóndores. Entonces vio a lo lejos la torre de telefonía de El Chaltén, y su teléfono, pese su amarga travesía por el río, aún funcionaba. Así que consiguió hablar con su hermano y le pidió que llamara a los rescatistas, aunque no pudo decirle dónde estaba exactamente. Su teléfono dejó de funcionar. Anocheció de nuevo, y, como no podía andar, Romina buscó un lugar donde pasar la noche. Comenzó a soplar un fuerte viento, y se resguardó como pudo en un lugar entre las rocas. Se vendó los pies con las perneras de los pantalones para que no se le congelaran, aunque estos estaban ya en un estado lamentable.
«La noche fue horrible, angustiosa. No podía creer lo que me estaba pasando», explicaría más tarde Romina.
A la mañana siguiente, tenía tanta sed que consiguió bajar hasta el río para beber. Allí se quedó todo el día, y al atardecer decidió volver de nuevo a su refugio entre las rocas. Sin embargo, tenía los pies tan destrozados y estaba tan debilitada, que le resultó imposible subir por aquel terreno abrupto, y se quedó allí mismo. Comenzó a llover, y Romina intentó cubrirse con un chubasquero, pero no lo consiguió. De nuevo, la noche fue una auténtica pesadilla.
En El Chaltén, la desaparición de Romina había activado todas las alarmas. La Comisión de Auxilio de El Chaltén está compuesta por voluntarios, porque no hay un servicio profesional ni helicópteros que puedan facilitar la búsqueda. De modo que cerca de cincuenta voluntarios se pusieron en marcha, pero dadas las inmensidades del terreno, una de las tierras más agrestes y despiadadas del planeta, era como buscar una aguja en un pajar.
De modo que suerte de Rust, un border Collie de ocho años, propiedad de la doctora Carolina Codó, responsable del servicio de rescate del lugar. Carolina, siendo consciente de las dificultades que presentan esas tierras, decidió entrenar a su perro con el fin de que algún día pudiera ayudarlos en algún rescate.
«Desde chiquito lo entrené para este tipo de tareas de rescate», contó más tarde la propietaria del perro.
Sin embargo, el día en que los voluntarios fueron a buscar a la doctora para que Rust les echara una mano, esta estaba de viaje, y había dejado a su perro al cuidado de una buena amiga, Angie Felgueras, que vive a unos metros de la casa de la doctora. Y que contó lo siguiente: «Vi tantas veces a Carolina entrenar a Rust, que me sabía las órdenes de memoria para poder dárselas al perro. De modo que nos pusimos de camino, le di la orden y se puso a buscar sin descanso hasta que dio con Romina».
Cuando Rust llegó al lugar donde estaba Romina comenzó a ladrar sin descanso y Romina comprendió entonces que estaba a salvo.
Es una historia bonita. Aquí os dejamos el enlace de otra historia de rescate, pero en esta ocasión no es un border collie el que rescata a una mujer en la Patagonia, sino un perro el que se perdió en las montañas de Irlanda, y una pareja de jóvenes quienes lo rescataron.
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