Todos sabemos que los perros son animales muy perceptivos, y todos los que tenemos perro sabemos también que su percepción llega hasta tal punto que es capaz de captar nuestro estado de ánimo. En ocasiones, hemos podido experimentar que cuando estamos tristes o alegres nuestro perro lo nota. Y así con otras emociones como el miedo, la ansiedad y la angustia o la tranquilidad. Los perros son animales sociales y con una gran empatía hacia las personas, concretamente hacia las que forman parte de su entorno más próximo.
Los perros tienen una enorme capacidad para contagiarse emocionalmente. Y durante este «contagio» liberan grandes cantidades de oxitocina, la llamada «hormona de la felicidad». Y no solo eso: son capaces de interpretar la enorme cantidad de pistas que les damos los humanos. Si nos reímos, el perro responderá con alegría o queriendo participar de esa risa con juegos o movimientos alegres de cola; sin embargo si nos ven llorar se acercarán enseguida para estar a nuestro lado o para lamernos como señal de afecto y compañía. De hecho, dicho contagio emocional es un mecanismo de supervivencia, que se remonta a cuando el perro empezó a domesticarse, alrededor de 30.000 años atrás, pues si los perros podían interpretar el lenguaje de los humanos sabrían más acerca de ellos y estos los cuidarían mejor.
Pero también los humanos deben intentar comprender qué pretende decirles su perro con su señales, ladridos u otras manifestaciones corporales, y si prestan atención a todas ellas no tendrán problemas en interpretarlas. El hecho de compartir un hogar, además, facilita enormemente esta comprensión por parte de ambas especies. Es decir, favorece el vínculo y lo arraiga. Y este vínculo entre perros y humanos es, precisamente, una de las cosas más enriquecedoras que hay en esta vida.
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