¿Alguna vez te has sorprendido a ti mismo dirigiéndote a tu perro con la boquita de piñón y el mismo tono de voz que los adultos empleamos cuando nos dirigimos a los niños? Si es así, no te preocupes, es algo muy habitual. Es tan frecuente que incluso los científicos hace tiempo que lo están estudiando. De hecho, el primer estudio sobre ello se publicó hace más de cuarenta años.
Esta manera de hablar es muy distinta de la que usamos entre nosotros, se parece más bien a la que empleamos cuando nos dirigimos a extranjeros que no dominan nuestro idioma, a personas que tienen las capacidades mentales disminuidas o bien cuando hablamos con la persona de la que estamos enamorados. Cuando nos comunicamos con un niño en fase preverbal, o con un perro, exageramos el tono de voz, la articulación de las palabras y la expresión de las emociones. Y, también, simplificamos la sintaxis y el vocabulario. Desde el punto de vista afectivo, ese modo de comunicarse consiste en captar la atención y crear un vínculo con nuestro interlocutor. Sin embargo, desde la perspectiva congnitiva, dicho modo de actuar, facilita el aprendizaje de la lengua y proporciona indicaciones inequívocas sobre la identidad y las intenciones del hablante.
La doctora Anna Gergely, del Instituto de Ciencias Cognitivas y Psicología del Centro de Investigaciones de Ciencias Naturales de Budapest, ha realizado un estudio comparativo sobre el modo que tenemos de comunicarnos con los perros, los niños y los adultos. Dicho trabajo fue presentado el pasado mes de julio en el Canine Science Forum, que se celebró en Budapest, y que a su autora le supuso ser galardonada con el Premio al Joven Investigador (Early Career Award). En dicho congreso —uno de los más importantes en el ámbito del comportamiento canino—, la doctora Gergely confirmó que, cuando nos dirigimos tanto a niños como a perros, aumentamos el tono de voz y, a la vez, este también es más variable, es decir, solemos hacer más inflexiones de voz.
Además, Gergely pone de relevancia un aspecto mucho menos estudiado, las expresiones faciales y los movimientos que hacemos durante el propio acto comunicativo. Gergely confirmó que el tipo de expresiones faciales que realizamos cuando nos comunicamos con niños o perros son muy similares, y sin embargo distintas, como cabe suponer, cuando nos comunicamos entre nosotros.
Uno de los hallazgos más interesantes del estudio es precisamente las diferencias que observó Gergely con respecto a la intensidad y la frecuencia de dichas expresiones faciales. Así como respecto al uso de la voz, la intensidad del tono es muy similar cuando nos dirigimos al perro o al niño, en las expresiones faciales estas disminuyen de intensidad y frecuencia. La hipótesis de la científica es que tanto los humanos como los cánidos empleamos diferentes señales faciales para comunicarnos.
En el caso de los humanos, por ejemplo, para expresar emociones positivas, como felicidad o sorpresa, mostramos los dientes y el blanco de los ojos. Sin embargo, para los perros estas señales pueden ser una causa de estrés, ya que suelen interpretarse con intencionalidad agresiva. Probablemente este sea el motivo por el cual cuando nos dirigimos a un perro no exageramos tanto las expresiones faciales. Otro malentendido similar entre ambas especies y que provoca que algunos niños acaben siendo mordidos es debido a que el 69% de los niños menores de 4 años interpretan que el perro está feliz y ríe cuando muestra los dientes.
«En el caso de las expresiones faciales, cuando nos dirigimos al perro, estas disminuyen de intensidad y frecuencia.»
El estudio de Gergely concluye que a los perros que están expuestos a dicha habla «perruna», o infantil, se les activan dos regiones específicas del cerebro que no se activan cuando se les habla en modo «adulto». A la vez, también pudo constatar que dichas regiones se activaban con mayor facilidad si la persona que se dirigía al perro era una mujer. Para llegar a estas conclusiones, Gergely se ha valido de técnicas no invasivas de resonancia magnética.
Así que, a partir de ahora, cuando vuelvas a poner boquita de piñón al dirigirte a tu perro, lo que los ingleses denominan fish face (cara de pez), y le hables en un tono más elevado ya sabrás el motivo.
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