Se llama biofilia, la capacidad que tiene el hombre de amar la Naturaleza y las especies que viven en ella; es decir, la conexión del ser humano con el medio ambiente, con plantas y animales, junto a los que lleva conviviendo durante miles de años. El biólogo inglés Edward Osborne Wilson (1929-2021), en su obra Biophilia (1984), describe dicha capacidad como «el impulso de asociación que sentimos hacia otras formas de vida». Se trata de una afinidad innata, ancestral y universal del ser humano hacia otros seres vivos. El agua, la flora, la fauna, la luz natural, los bosques, los lagos, el mar, son todos ellos elementos y espacios naturales que resultan vitales para el hombre, porque le generan bienestar. El vínculo con los animales es un modo de afianzar ese conexión con el entorno. El hombre quiere vivir en armonía con el mundo que le rodea, esto es, con el medio ambiente, una condición indispensable para nuestro bienestar psicológico y el desarrollo de nuestras facultades cognitivas y emocionales.
Sin embargo, hoy en día, el hombre tiene una relación disfuncional con la naturaleza. La industrialización de las sociedades, las ciudades en las que vivimos están desnaturalizadas, lo que dificulta enormemente ese vínculo ancestral, de ahí, que el hombre busque ese contacto con el mundo natural porque sabe o, en cualquier caso, intuye, que su bienestar depende de él.
«No somos más importantes que el viento, el cielo, la tierra, las plantas que crecen, el agua que fluye o cualquiera de las bestias de dos o cuatro patas. Todos somos polvo de estrellas. Las jerarquías no existen. Todo lo que impulsa el universo funciona en círculos. Es el aro sagrado. Todos somos familia.», dice Ruth Hopkins, miembro de la tribu de los sioux de Sisseton, Dakota y Lakota. Esa es, pues, la razón, o al menos una de ellas, por la que amamos a los animales. Ya sabemos que hay gente que no ama a los animales, todos conocemos gente así, pero quienes tenemos empatía con el entorno también la tenemos con otros seres vivos. Por eso amamos a los animales. Y si se trata de animales domésticos, numerosos estudios han demostrado que la compañía de un perro o un gato reduce la tensión arterial, produce relajación, nivela el ritmo cardíaco, es decir, favorece nuestro estado físico y anímico, y es capaz de alargarnos la vida.
Tanto los niños, como los animales en general, muestran una indefensión que nos sentimos obligados a proteger. Su fragilidad y vulnerabilidad empatiza con nosotros. De ahí, el deseo de cuidarlos y acogerlos.
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